Narrativas de género, y de paso

martes, 13 de julio de 2010

Matinée de Depravados


No he dado con las razones del caso, no sé si ocurrió un desdoblamiento, otro ser, una conjura, destino, azar o qué; pero lo cierto es que no regresé de mis pesadillas.
Me perseguían vampiros, una horda. No siempre huía, en ocasiones les daba pelea, con puños, espadas o estacas, y cuando me superaban en número, corría, como Aquiles pies ligeros, desaforado, trepando, escondido, o cualquier artificio que me librase de ellos. Hasta que uno me emboscaba, mordía este cuello y no paraba hasta dejarme seco, un despojo al costado del terraplén.
Alguien despertó en mi cuerpo, yo en este páramo.
Eventualmente me hice a la idea de existir así, y casi no me pregunté por el otro, el usurpador. Sólo me inquietaba saber cuánto duraría, incluso sin tiempo para regirme. Sin hambre, cansancio. Sólo lógica, saber. Y la verdad es que hubiese preferido ignorancia.
Otra vez me persiguieron nazis. Los hacía arder con mi lanzallamas, pero caía una granada y la explosión me devolvía en indescifrables partes.
También tuve ocasiones con sádicos odontólogos que me arrancaban los dientes, primero los frontales, las muelas, para el éxtasis las de juico, y de epílogo me hacían ver el cementerio dental escurriendo sangre en la pileta.
En eso apareció Elena. Tal vez la eligió por el nombre, o se encandiló.
Esa noche no hubo malos sueños que lamentar, porque en el cine de la inconciencia hice de las mías con ella. Por su parte el otro la convenció de quedarse a base de juramentos que jamás honraría. Elena, tan crédula como la recuerdo, dio el sí apresurada.
Creo que hasta en el letargo somos sicarios, traicioneros e infieles.
Ahora ellos viven juntos y comparten pesadillas. A Elena la subyugan vampiros, la viola un dentista nazi, arranca sus dientes, la viola, y agoniza en un campo de concentración.
Yo miro la función escondido.

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