Narrativas de género, y de paso

viernes, 24 de junio de 2011

Madreselva

Pablo, en nombre de los pibes del grupo, me invitó a una reunión. ¿Van a estar las chicas? pregunté esperanzado. No, es de hombres. ¿Vamos a trompearnos? prefería ir preparado. No seas cagón. Contame, insistí. Es como una iniciación… viernes a las diez en lo del Mota, andá; y me quedé con el teléfono en la mano.
Investigué a Santiago y después a Braulio, nada distinto a lo que sabía de Pablo, salvo que la reunión había sido idea del Mota. Salteé el pacto de caballeros y llamé a Laura, novia de Víctor, otro de los pibes, no me iba a delatar porque guardábamos un secreto, nos habíamos encamado a escondidas de él, me pareció genuina cuando dijo que no sabía del tema. ¿Vas a ir? Contesté sí. ¿Cuándo nos vemos? Después de la reunión, y me despedí.
Tenía que ver con mi ingreso al grupo, sino por qué había dicho “iniciación”, palabra demasiado específica para una invitación tan vaga, de seguro me harían sortear alguna prenda escandalosa, recé que no me tatuaran con un fierro caliente, ni eso ni atado desnudo a un árbol, cualquier otra la haría con gusto. Probé con Flavio, él había sido el anteúltimo, contó que no había tenido rito, y cuando lo interrogué sobre la reunión del viernes contestó que era una comilona, a lo sumo alguna loca, no te persigas; pero me alarmé más, por qué decía que no me persiguiera, además ¿locas? nunca habíamos traído locas, a lo sumo las chicas, y no estaban invitadas.
La noche del jueves soñé que estaba en una fiesta, había gente de añares que jamás hubiese concurrido, hasta personajes antagónicos que odiaba de siempre, pero también me acompañaban los pibes, y eso equilibraba el asunto. Luego vino un bache y aparecí tirándole piedras a los vidrios de una fábrica abandonada, mi actividad preferida de chico; sin duda buen augurio.
No pensaba llegar puntual, me duché dos horas antes para no salir con el pelo mojado, maté tiempo fumando y cuando se hicieron las diez y veinte enfilé para allá.
Conociendo el perfil del grupo no imaginaba una reunión tranquila, tampoco unos desaforados, pero sí era cierto que todos cargábamos con oscuras pasiones del pasado. A qué clase de ritual acabaría sometido, por qué yo, a Flavio se lo habían perdonado. En la cúspide paranoica imaginé a Laura vendiéndome, descubriendo nuestro secreto, entonces sería un ajuste de cuentas, caminaba a una trampa; me detuve.
Se cruzó un gato negro muy pancho frente a mis narices, le busqué algún lunar blanco pero no hubo caso, pésima señal a sólo dos cuadras de lo del Mota, un ph espacioso en el corazón de Saavedra. Sin mediar razones se me ocurrió registrar la reunión en el celular, activé el grabador de voz con el timbre.
Los nueve, diez conmigo, ya habían iniciado la ingesta espirituosa, de hecho se agrupaban según la bebida de elección, el Mota desempeñaba su rol de anfitrión bebiendo whisky en el living junto a otros tres incluido Flavio, les extendí mi saludo cordial y rumbeé al patio, ahí andaba Santiago, Víctor y uno más tomando cerveza del pico, acodados en la medianera, entre el ficus y un jazmín enfermo, qué hacen ahí. Nada, estamos esperando, y rieron con un tono que se me antojó estúpido. No les pregunté qué esperaban porque no quise seguirles la corriente, tomé dos tragos más por insistencia que por gusto. Me gritó Braulio desde el entrepiso y rajé a saludarlo. Con él y Pablo me llevaba mejor, compartíamos el gusto por un tipo de mujeres, profesábamos el mismo humor, varias ideas políticas, y hasta el vino blanco, ¡salud! y chocamos las tres copas. Antes que pudiera indagarlos el Mota vociferó que fuésemos al living.
Nos formamos en torno a él, ¿era yo o lo demás se miraban cómplices? ¡Llego la hora! me distrajo el grito del dueño de casa, noté que llevaba un pequeño bolso cruzado a la cintura, parecía corderoy verde grisáceo con un símbolo ininteligible por delante, antes no lo tenía, y desvié la vista para disimular. Se acercó a Víctor, abrió la tapa del bolso, metió la mano y cuando la sacó no llegué a ver qué era porque el pase fue veloz, sin palabras ni gestos, hizo lo mismo con los demás, y todos disimularon el contenido.
A ese paso venían un par de fulanos, Flavio y yo al último. Volví a mirarlo cuando fue mi turno, traté de sincronizar con la mano del Mota pero no fluyó bien. ¡Tanto quilombo por un faso! pensé con desilusión al descubrirlo. ¿Maryjuana? se me escapó la palabra. No es para que lo fumes ahora, me aleccionó Pablo, ¡contale Mota! giró sobre los talones y dirigiéndose a Flavio y a mí explicó que la planta aparecía de la nada. La primera vez en el 2006, su jardín, en una maceta que nunca había germinado, sólo el gato que ya no tenía la usaba de inodoro, el resto tierra yerta. Pero según Mota algo extraordinario había sucedido para que de un día a otro creciera un brote, varios, la planta.
Encendió la pipa ceremonial, muy parecida a la versión india, de madera, rústica y larga, aspiró varias veces y tragó la última bocanada, olor fuerte, fortísimo, verdor, huele a monte, acotó uno para figurar. Lo más loco, reanudó el Mota mientras pasaba la pipa, mejor dicho, lo que hace cierta esta mentira, es que la planta es única. No hay registros de la subespecie, ahí el milagro, y se nos quedó mirando. La pausa fue incómoda, al capullo le puse Mota, la Mota, así se llama; y no parecía chiste, además tenía cierta lógica.
Me llegó la pipa, arrastraba curiosidad porque decían que vería mi alma escindirse del cuerpo, entre otras excepcionalidades. A la segunda pitada tosí fiero, otra, y una última antes de tirar el humo, le di una de yapa porque me gustó el dulce. No entumeció la razón, distorsionó el cuadro como un lente angular, lo cual me hizo gracia y miedo, la busqué en el patio, encontré una maceta vacía que no era ella, el roce de las hojas me dio frío, fui capturado por una madreselva que terminó siendo Víctor, pitaba la pipa ceremonial, encendí y apagué intermitente la luz del baño, había dos bailando, el entrepiso se movió hacia mí, la última gota de vino blanco cayó en la lengua de Pablo, Braulio y otros dos jugaban con los almohadones, Santiago, Flavio y Mota hacían gestos lunáticos sin hablar, recordé la grabación, manoteé el celular del bolsillo pero en su lugar había un faso, pensé que si lo encendía desaparecería de ahí, Víctor me acorraló contra una esquina, podía sentirle el pecho, ya sé lo de Laura, si enciendo el faso desaparezco, no me importa, y acarició mi barba con los dedos.