Salvador mira en cámara lenta el desmadre de la cena
familiar, cree que con un poco más de concentración puede incluso escindirse.
Siente al narrador omnisciente apoderándose de su cuerpo, ve la verdad detrás
de los gritos de sus padres por la comida fría. La madre no quiere saber nada
con que el viejo todavía quiera tener sexo, y menos con ella. Pero no lo
reconocen. Salvador odia saberlo, mejor sería convertirse en observador y
contar solo lo visible.
Su hermana sentada frente a él. Mastica y traga con
voracidad animal, le dice a los padres que están locos y que se callen, después
vuelve al plato. En eso, levanta la vista y encuentra los ojos de su hermano.
¿Qué mirás, boludo?
Salvador ve más allá de lo evidente, su hermana quiere
tocarlo por debajo de la mesa, igual que cuando eran chicos y la madre los
agarraba jugando al doctor. A él le valía una paliza épica, y a ella la
encerraban en el baño de servicio. Cuando la madre se distraía, se colaba en la
celda y seguían jugando.
Salvador ve más allá. Pero eso es mera especulación.
* * *
Otra cena familiar que se va al tacho; el viejo y la vieja
son dos infelices consumados, deberían divorciarse y ya. Por qué tanto griterío
por la comida, para mí está bien. ¡¡Cállense, locos!!
Mi hermano tiene expresión de ido, verlo así me lo baja
veinte escalones. Y para colmo ahora me está ojeando.
¿Qué mirás, boludo?
No me contesta, al menos volvió del trance.
No sé qué es peor, que esté hecho un zombi, o que me ponga
esa cara.
Conozco esa jeta, Salvador. Antes que adivinar tus
porquerías prefiero imaginar las mías; depravado.