Narrativas de género, y de paso

domingo, 9 de diciembre de 2012

América

Hasta el momento en que la crucé en el ascensor del edificio creía en las coincidencias, después que me dijo su nombre dejé de hacerlo.
Me llamo Destiny, contestó suave; y que iba al séptimo.
Apreté el botón tratando de disimular mi incredulidad, no tenía tiempo de colgarme en pensamientos acerca de su descomunal belleza, o que parecía que me miraba sugerente. Hablá, le ordené a mi boca.
Nunca te vi, y eso que hace mucho que vivo…Me faltó agregar “acá”, y que no podía llamarse Destiny, y tenía algo que me sugería ficción.
Vivo con mis viejos. Traté de describirla para mí pero su voz no me dejó. Además le estaba ojeando las curvas, y tampoco tuve palabras.
Volví al contador de pisos, cuarto y yendo al quinto, me preocupaban las menguadas dimensiones del ascensor, que oliera mi sudor, o el tufo a cigarrillo que me seguía.
Espero cruzarte de nuevo, que no pasen años. Más que la oración fue la manera en que la pronuncié, grado neutro, sin visos de sátiro.
No les gusta mucho que salga. Capaz que actuaba porque justo ahí me convidó su mirada franca, todo ojos, y yo pensando que en cualquier mom…frenó.
Me apuré en abrir las puertas, como si me eximiera de algo, una estupidez.
Chau, te veo, dijo pasando delante de mí.
Ni bien fue demasiado tarde me acordé que no le había dicho mi piso, tampoco mi nombre, ni nada que la ayudara a encontrarme. Pero había dicho “te veo”, si hubiera usado el “nos vemos” hubiese sido otro cantar, pero el “te veo” claramente significaba vernos con certeza, el saber de un encuentro futuro. ¡Bah! con eso me consolé unos pocos días, después derrapé. Anduve horas deambulando el zaguán del edificio, caminé los pisos del crepúsculo al amanecer, también en ascensor, golpeé las paredes a ver si me oía, y hasta que en un arrebato grité desde el balcón ¡¡¡Destinyyy!!! Sí, un vergonzante melodrama.
Hice algo que no quería, hablé con el encargado Luis, sabía que él tenía información vital pero también conocía su afición por hablar de más, ergo todo lo que me contase sobre Destiny sería reproducido al vecindario, con el agregado de que yo preguntaba por ella. Elegí un acercamiento distinto, en vez de blanquear mis intenciones fui por la tangente.
Che Luis, tengo humedad en el techo del baño, ¿quién vive en el séptimo?
Por supuesto que los padres no habitaban justo arribo mío, lo hacía por descarte, sacando el D quedaban sólo tres, A, B y C. Al final, y luego de fumarme un montón de chismes aleatorios, y combinar una pronta visita del plomero, me traje lo que buscaba, la imagen mental de los viejos. Todo el proceso de evocación con Luis había avivado mis recuerdos. Al padre ya lo tenía, el tipo que usaba gomina y siempre empilchaba pantalón y camisa, medio mofletudo, alto y con anteojos viejos de metal. Era retirado de una empresa estatal, y de haberlo cruzado en el ascensor recordaba que era seco de trato. La que me traía dudas era la madre, tenía dos candidatas, en cualquier caso me parecían mujeres mayores que guardaban la línea, una más cheta que la otra, pero ninguna daba el perfil de madre abnegada, más bien trabajadora de oficina.
A pesar de que lo presentía mi reencuentro con Destiny tuvo sorpresa, un día antes Luis me había confirmado que la tarde siguiente me visitaría el plomero por la humedad inexistente, me tenía sin cuidado, o no lo atendía o daba la cara y lo postergaba para otro momento. Pero cuando sonó el timbre a eso de las cuatro me vi empujado a contestar. Miré por la mirilla, ¡Destiny! me congelé.
En ese momento de inacción, yo de un lado de la puerta y ella del otro, me maldije por mi pinta de croto, ¡ya voy! grité para ganar tiempo mientras me arrastraba por la alfombra hasta el baño. Hice un aseo superficial de cara y cuando estaba por cambiarme la remera volvió a sonar, por qué la insistencia.
Abrí la puerta…el choque entre la imagen retinal y la verdadera casi me estalla los ojos, nada más desesperanzador que el plomero en lugar de Destiny. Cuándo se habían cambiado las figuritas, pensé mientras él hablaba en segundo plano. Escruté el pasillo, ningún rastro. Al inoportuno plomero lo despedí sin más explicaciones que estoy ocupado, disculpe, y cerré. Deseaba que fuese como en los trucos de magia, otra apertura de puerta y ahí estaría Destiny. Así fue, pero se tomó casi media hora de aburrimiento.
Perdón, cuando vi el ascensor parando en el sexto me escapé por la escalera.
Pasá, no te quedes ahí.
Jamás hubiese soñado que al segundo encuentro la tendría sentada en mi sillón, con las piernas cruzadas, y la pollera de jean subiéndose….querés tomar algo.
Aceptó de buena gana una cerveza, yendo hacia la heladera me asaltó un alerta de rareza, de irrealidad, cuántas veces me había pasado que una chica con la que había cruzado pocas palabras se prestaba a un encuentro sin conocerme, recordé alguna pero de seguro era inventada, tuve miedo que se esfumara, me asomé, la vi sentada en el sillón, miraba por el ventanal.
¿Por qué brindamos?
Imaginé que diría alguna cursilería.
Por esta hermosa vista de Buenos Aires, de lejos se la extraña más que de cerca, y alzó la copa. Me sorprendió la dedicatoria, atiné a hacer el choque de copas sin que pareciera muy tosco.
Me senté en mi parte del sillón, a su izquierda, serví otra rueda de cerveza, no me importó mirarla y que se diera cuenta, Destiny seguía abstraída en la panorámica del ventanal. Noté que en la pierna se le hacía piel de gallina. Me incliné para verle el perfil y el costado de sus ojos color trigo. ¿Tenés frío?
Giró y quedamos cara a cara. Miré su labios, quietos, cerrados. Bajé más la vista y encontré mi mano estúpida sobre mi pierna, ni un roce casual.
Tengo que contarte algo.
No pensaba arengarla para que me contase, estaba bien en silencio, Destiny se reacomodó en su lugar, en el movimiento sentí el tacto de su brazo contra el mío.
Me estoy yendo de casa.
¿A dónde?
No sé

Lejos.
Creí que era una trampa, que si algo salía mal o nos pescaban, diría que fue secuestrada. O lo hacía por mi dinero, planeaba dejarme seco y tirado en algún terraplén, o narcotizado. Sin duda llevaba las de perder. Y más porque ni siquiera me había invitado.

Posdata del segundo día de Diciembre de 2015. Vagamos por el sur pero la crudeza invernal nos convenció de irnos. Una noche regresamos de incógnitos a la capital, no podía dejar a mis viejos sin que supiesen mi parte de la verdad.
Me interiorizaron sobre el pedido de captura a nombre de ambos, y que incluso había agentes de Interpol rastreándonos. Papá lo tomó con poesía. Su sangre, la mente que me dio, paria, descastado por amor. Mamá, raro en ella por su incontenible verborragia, no habló. Hubo un abrazo de los tres y después salí en silencio por la puerta de atrás.
Nos afincamos en el norte, más por pueblos que ciudades. En compañía de aridez, animales que eran pellejo, autóctonos y nosotros; el fotógrafo de turistas y la artesana.
También participamos de ritos arcanos al cruzarnos con la pachamama en el disfraz de una anciana que vendía hongos. Unos mordiscos y vi el orbe, vi la medida sideral, vi palabras con relieve, vi mi cara y era de espejos, vi luces y personas, vi un viejo que se parecía al tiempo, y vi a Destiny mirando conmigo.
Hoy somos prófugos en el Paraguay. Estamos en Ciudad del Este donde comercio chucherías importadas; Destiny se las ve de mesera, pero por poco. El invierno que viene nacerá nuestra niña, nuestra América.
Yo acusaré treinta y siete, Destiny habrá cumplido dieciséis.

martes, 6 de noviembre de 2012

3 microcuentos 3


Sincericidio

Mamá dice que mi hermano quedó tonto después que le agarró meningitis. Mi hermano tonto es como las hormigas que tenemos en casa, perseverante, repetitivo. La verdad es que nos vuelve locos. Las hormigas al menos desaparecen en invierno, y en primavera las aplasto con el dedo. Mamá dice que esa  tarea es de mi hermano, esperamos que se equivoque y beba el veneno.

Si te cabe el disfraz

De niño siempre quise ser un superhéroe. De grande soy un vigilante.
Ocasionalmente asesino, pero sólo a los malos, y cuando no queda opción.
Bajé el crimen en el barrio, tanto que ahora los malagradecidos me cuestionan.
Por eso, cada vez que salvo a alguien, o prevengo algo, en vez de mi usual firma dejo escrito “fue por un bien mayor”.
Ni sé bien qué significa pero suena a la clase de excusa que quisiera dar.

Lógicas

Mi mujer me dijo que se iba con un tipo, y cerró la puerta.
Cuando vuelva deberé examinarla en detalle.
Con suerte me dejará hacerlo.

viernes, 7 de septiembre de 2012

After life

Desde que murió mi perro Tongui no escribí una letra al respecto.
Meses atrás me crucé con la vecina en el ascensor, ella y su hija viven en el C, nosotros en el D, su balcón linda con el mío, la medianera es de vidrio esmerilado.
El otro día pensaba…y pausó ahí.
La verdad es que no tenía ganas de dialogar pero ella siempre se había portado, hacía once años que se venía portando conmigo, el vecino fumón que más de una vez le había tocado el timbre para que lo sacara de apuros, desde sal, azúcar y cinta scotch, hasta destornilladores. Desde colgarme de su red inalámbrica hasta lo más osado; trepar la medianera de vidrio de su lado para pasar al mío. Y todo porque olvidaba las llaves, y si bien Tongui era inteligentísimo, la ausencia de pulgares oponibles le impedía abrirme desde adentro cada vez que regresaba colocado a casa.
Qué pensabas, la complací.
Hace mucho que no veo al perro, dijo suelta.
No sonó a pregunta, puse los ojos de manera tal que pareciera yo el interrogador.
Entonces cuando salí a regar las plantas me fijé y vi su sombra a través del vidrio. Sentado.
Hice una media sonrisa, menos por reflejo que adrede, no sé, quise que imitara un gesto habitual, quise matar cualquier atisbo de sorpresa.
Ya no lo sacás tanto ¿no?

Murió, pensé.
Es bueno conocerse en esa hora. Mentí.
No me avergoncé. Sí tuve la usual tristeza, pero sólo porque Tongui estaba muerto.
Traté de creer que mi vecina había visto su sombra espiritual, me emocioné con la posibilidad, pero cuando lo medité en frío me pareció bastante lógico que a través del vidrio esmerilado confundiera una maceta rectangular, de mi lado, con Tongui. Cierto o falso lo consideré otra prueba de su excepcionalidad.
Al poco, volviendo a casa de noche, me crucé con un viejo del barrio que me repitió la pregunta, ¿y el perro, ya no lo pasea… Después de hacer lo que hice me sentí un boludo recibido, pero en ese momento, antes que el viejo terminara grité ¡¡Tongui!! y levanté el brazo como llamándolo, se me escapa, agregué señalando a la inmensa oscuridad detrás de él. Tuve a favor que el pobre andaba muy chicato y era noche cerrada.
Me mandé otras, ninguna tan intrépida como la antedicha, ahora tengo una mentira que no deja lugar a repreguntas, Tongui está en lo de mamá, allá tiene más espacio… y lo dejo flotando. Nunca menciono quintas o campos porque así suenan las mentiras para chicos, papá llevó a la tortuga Sofía al campo, traducido, Sofía se cayó del balcón.
Ya indagué las explicaciones fáciles, negación, mente fabuladora, tardío. Me gusta explicar esto de mitómano con una mentira, lo hago por Tongui. Él no merece un after life con la vecindad hablando de su muerte, recordando su carácter gentil, las gracias que hacía, preguntándome de qué murió. Prefiero suspender el imaginario en la última vez que lo vieron, sin adjetivos.

martes, 7 de agosto de 2012

Rutera


Trece años atrás estudiábamos Cine y nos creíamos too cool for school.
De todo lo escrito y filmado creo reconocer en estos doce minutos el germen de la Matinée.
Sepan disculpar lo imperfecto y fallido del viaje.

viernes, 22 de junio de 2012

by a dear friend
Son como las cinco de la matina y sigo dando vueltas en la cama.
Hacía tiempo que no sentía este miedo, esta soledad.
Cierro los ojos, deseo con fuerzas que me dé un patatús,
una de esas trombosis, un parate en alguna parte del cerebro.
Es eso o dormirme.
Siempre quise estar cuerda pero resulta que estoy un poco loca,
y elegiría un patatús a seguir dando vueltas en la cama.
Bah!
Me pongo los auriculares. Prendo la música en reproducción aleatoria.
Arranca “Dark Blue” de No Doubt. Ni que el aparatito supiera de esto.
Aprieto mucho los ojos y cuando la canción llega al cenit
* Oh maybe I´m supposed to make you feel better… I want to comfort you*,
me encuentro en un gesto de tragedia y el puño cerrado imitando un micrófono.
Una mímica desgarradora y muy teatral pero exquisita.
Me arranco los auriculares.
Quiero dormir sin el Lorazepam que se me acabó.
Necesito ayuda.
Un psicólogo, pero que no me cobre.
Una terapia, pero no un engaño.
Lo mejor sería un maestro o una persona sabia o un abrazo o un amigo.
Sé que hay alguien que reúne todo eso. Lo imagino *y estás lejos.*
¿A qué viene todo esto?
Insomnio.
Las cinco de la mañana. Allá son las nueve, o las diez.
¿Qué día es hoy? Joo- deer!!!
19 de junio. Sos vos.
Y mi regalo:
Hay un lugar en el mundo llamado Shangri-La
Ahí el tiempo ni siquiera es una percepción. No pasa; no cambia; no se envejece.
Apenas se come y no se siente odio. Se puede viajar donde uno quiera sin moverse.
Se respira el oxígeno más puro del orbe.
Se viven los momentos más intensos y las emociones más vivas sin dejar de estar quieto.
Ahí el silencio es un lenguaje, donde las palabras sólo son si son escritas.
Las mejores imágenes se ven con los ojos cerrados y se respira en estado Alpha.
Aunque se rumorea que con algo de trabajo se puede vivir en estado Aleph.
Tengo que investigar cuál es el camino y qué significa eso del tiempo y, Esteban, te prometo que te regalo ese viaje para tu cumpleaños.
Que lo vivas muy feliz! Porque los años no se cumplen.
Se viven.

Gracias!
como un loop interminable

jueves, 7 de junio de 2012

Chicas Calendario (clímax)

Otra esmerada ilustración de la factoría
Un buen día toda esa panacea desapareció, su cuarteto de musas fue descolgado del área del taller y mudado a la oficina del dueño. Preguntó entre sus compañeros qué había pasado, algunos se hicieron los sotas, otros reían a sus espaldas. Dos de los más viejos sí hablaron. ¿Decinos vos qué pasó con las fotos? ¿Qué estuviste haciendo con las chicas? lo cascotearon con la guardia baja. En vez de retrucar o sacarse, eligió la mudez, más bien le salió así. Sin duda el dueño había abierto la boca.
Los días que vinieron fueron incómodos, los compañeros le hacían el vacío o lo gastaban a morir, sin intermedio. El hijo de mil merodeaba cerca de Felipe, era obvio que esperaba una reacción, algo, pero aunque las extrañaba más que a su mamá muerta, cuando se cruzó con el trompa esquivó su mirada, menos como indicativo de vergüenza que de desprecio.
Lo que Felipe hizo luego pudo parecer un acto de revancha, o de justicia callejera. Nada de eso, no toleraba la idea de irse para siempre sin verlas. Esa fue la guía de sus acciones, del recuerdo de ellas sacó el valor para entrar de noche al taller con la llave que había robado del cinto del supervisor, viejo lelo. Conocía tan bien el lugar que no necesitó encender la linterna. Esquivó la fosa, cinco pasos más, giró a la derecha y encontró la escalera, 22 escalones entre Felipe y la oficina. Tenía lista una barreta para descuajeringar la puerta pero no hizo falta. Encendió la luz.
Virginia, la colegiala, gritó desde atrás de un cuadro. Cómo me viste, preguntó Felipe mientras descolgaba el horrendo paisaje costero que escondía tremenda yegua. Te conozco los pasos, tonto. Isabel la madura, camuflada por un fichero, pegó unos alaridos de contenta. Ya va, la tranquilizó Felipe. Dónde están las otr… ¡Paf! ¡Paf! oyó que venía de la gaveta del escritorio.
María y Érica, las del cajón, le contaron que el dueño no era como él, lo único que hacía era mirarlas y meterse el dedo en el culo, así lograba excitarse. ¡No quiero saber más! las cortó… Vine a despedirme, dijo fúnebre.
Pasado el estupor inicial les habló sobre sus recientes vicisitudes y la decisión de irse. Hubo silencio y ojos tristes hasta que Isabel le pidió a Felipe que se retirase porque querían conversar. Pese a las quejas esperó en el pasillo.
Al regreso lo atacaron sin contemplación, Virginia le fue al pito, Isabel y María se entretuvieron con el cuello y las tetillas, y Érica trató de entrarle por el culo. Perdón, es la costumbre, sacó los dedos antes que Felipe la sopapeara.
Además de una orgía fue un acto de ensañamiento con el lugar. Dejó sus eyaculaciones sobre unos papeles del escritorio, el sillón chorreado después de reventarle el culo a Virginia, la alfombra de pelo largo con manchones y gotas, incluso el fichero, donde ejecutó una toma especial agarrado de los pezones de María.
Qué hablaron cuando estaba en el pasillo, curioseó Felipe. No podemos ir con vos ¿sabés? respondió Virginia arreglándose las trenzas pero todavía en concha. Silencio. Felipe alternó miradas interrogativas con sus chicas. Tomá, dijo Érica la mecánica al tiempo que sacaba algo del mameluco rotoso. Para que nos recuerdes, agregó Isabel.
Eran ellas pero en pequeño, cuatro almanaques de bolsillo, todos con poses distintas y disfraces nuevos. Es el mejor regalo, alcanzó a decir entre pucheros. Si prolongaba la despedida corría el riesgo de cogerlas de nuevo, y no había tiempo, o quizás sí había pero Felipe sintió la urgencia de irse. Se exprimió para que sus palabras finales quedaran indelebles.
Al mal paso darle prisa…Creo.
Las musas hablaron todas a la vez, algo de que lo querían, mezclado con palabras soeces, un ruego que casi lo convence de volver, y la promesa. El dueño iba a limpiar toda su leche con la lengua, era eso, o un puño dentro de su viejo culo roto.

Por la idea disparadora mi agradecimiento a tecontaretodo
Y a Carla por la continuidad de sus dibujos

jueves, 24 de mayo de 2012

Chicas Calendario (1er movimiento)


El peor día de la vida de Felipe fue cuando el dueño del taller lo agarró pajeándose en el baño de empleados. Él se olvidó de trabar la puerta, el jefe entró sin tocar. Fue un segundo, casi nada, el casi fue una mirada de refilón al pito parado.
Se tomó un tiempo para caer en lo que había pasado, te espero en la oficina, le había dicho el dueño huyendo de ahí, a la incredulidad inicial sobrevino algo más que vergüenza, ganas de morirse.
Golpeó la puerta. Pasá, dijeron del otro lado. Debía disculparse a morir si pretendía, por alguna suerte divina, conservar el trabajo, pero tampoco sería un arrastrado, que estuviera hirviéndose en el caldo no significaba que el otro debía notarlo, y nada mejor que mantener la mirada, a pesar de su impúdica acción.
No puedo tener a un tipo así, arrancó. Agarrá tus cosas y andate. Al diablo su estrategia. Sintió que le venía un acceso de lágrimas pero se lo tragó. Y si después de esto violás a una clienta…o a un cliente, qué hago. Quiso gritarle que era un hijo de mil, que no iba soportar que lo tildara de violador, o de puto, máxime cuando sólo se estaba masturbando…no, eso último no.
Felipe se envalentonó únicamente en su cabeza porque de los labios para afuera no paró de decir perdón, además exageró que si lo rajaba se quedaba en Pampa y la vía, y otras arrastradas más. El jefe se lo quedó observando.
Decime una cosa, con qué te estabas dando.

Con el almanaque de la vieja.

Me gusta la guacha.
Después del comentario supo que se quedaría. Lo que desconocía era el costo, fue degradado de chapista a che pibe. De nueve horas pasó a doce, guardias de fin de semana y todo por el mismo sueldo.
Pensalo así, la extra es lo que vale la cagada.
Vaya obviedad. Que jodido que una conversación finalice con “cagada”, pensó mientras se iba.
Sacó varias lecciones en limpio. No debía darse en el laburo, y si no quedaba remedio, con la traba puesta. Que un secreto guardado era una presente y futura extorsión, que su jefe era más ruin que él, pero sobretodo que debía aprender a tratar a sus chicas, ellas no querían ser manoseadas sólo para cascarse, querían una dosis de cortejo, una mirada depravada desde el foso, que dejara de mostrarles su culo peludo cada vez que se agachaba, y si era inevitable que considerase depilárselo.
Y besos… sentidos. Si hacía eso, entre otras delicadezas, ellas iban a cumplir su parte.
Algunas de las modelos que posaban para esos posters eran reconocidas, otras no tanto. Pero cuando el almanaque llegaba a manos de Felipe, él las rebautizaba.
Virginia, la colegiala sin jumper y trenzas, cuando estaba juguetón le daba a ella y a sus bestiales tetas. Isabel, más bien tirando a mayor pero firme, la única en desnudo frontal, el auspiciante era una marca que se dedicaba a rejuvenecer motores, de ahí la elección, Felipe la invitaba al baño cuando le venían ganas de meter dedo, sumisa, especial para cuando no se podía hacer ruido. María, la enfermera, los mejores pezones de la región, gordos y negros, asomando desde un escueto delantal que él se emperraba en quitárselo con los dientes mientras ella se hacía la renuente al son de “no, doctor, acá no”. Y Érica, se mordía casual los labios. Mecánica, bah, lo único que tenía del gremio era que andaba engrasada y en mameluco roto, por las rasgaduras salía un rabo tan apetitoso que siempre le provocaba hundirse. Quizás porque la sentía del palo acostumbraba a dejarla para el final.

viernes, 4 de mayo de 2012

El Temporal

foto inédita del suceso.
Cuando la abuela Amanda era chica trabajaba en el cultivo de la caña de azúcar, la zafra. De tanto partirse el lomo cortando tallos sacó dos brazos como garrotes, macetas en vez de piernas, y una experta con el machete y los cuchillos. También aprendió a dispararle a todo bicho que se movía, algunos eran plaga, otros iban al fuego. Incluso conoció la violencia de los estancieros, pero nunca me contó esa historia, sólo la refirió al pasar. Y aún sabiendo su corajudo pasado, su mano de cuchillera, no atiné más que a mirarla estupefacto mientras bajaba las escaleras con una carabina bajo el brazo.
Abrió la puerta de entrada y disparó dos veces a la noche. Su voz se sobrepuso al eco de las descargas. Con eso debería alcanzar, dijo. Era la segunda vez que unos vándalos, aprovechando la falta de luz en el barrio, querían entrarnos. La primera los ahuyentó la bestia del vecino, y no porque él fuera bestial, sino por su perro, entrenado para repeler intrusos pero amigo de Amanda y mío. La segunda fue la nona, odiaba ese apelativo, decía que era despectivo y la hacía ver más vieja.
Ya iban 23 días a oscuras, sin agua, con poco. Para colmo los tres generadores que trajeron los del municipio estaban rotos, o dejaron de funcionar en menos de una hora. Fui cada mañana, mientras ella cuidaba la casa, a buscar agua a una canilla seis cuadras adentro. Ninguna de las veces que caminé el barrio pude quitarme la sensación de incredulidad y amargura, lo que había sido pintoresco ahora era… pensé una palabra que describiera el desastre.
Final, exclamé.
Si me escuchara la abuela ya me hubiese sacudido un coscorrón, ella repetía que había que agradecer la suerte en gracia, al menos la casa había aguantado, algo maltrecha pero pavadas en comparación con la cantidad de postes y árboles caídos sobre otras viviendas.
Nunca cuestioné los métodos para educarme o sus conductas ante la vida, pero esa mañana, cuando regresé con los bidones llenos, le pregunté por la carabina, desde cuándo la tenía, de quién era, y si no había pensado que yo podía encontrarla y matarme sin querer. No crié un tarado, respondió seria. Sin mediar más me convidó un mate. Era increíble la rapidez con que podía cambiar de un gesto adusto a una manera de abuela, sobre todo cuando mateábamos. Medio a regañadientes refirió que la carabina había venido con ella desde Santiago, hasta anoche nunca la había usado en el barrio, quise saber si no tenía miedo de que le explotara en la cara. Ella explicó que no, si se la engrasaba y se conocían sus mañas, entonces no, al tiempo que apretaba un pan para comprobar su vejez.
Pasó un vendedor ambulante con queso y salame, más un poco de fideos recalentados hizo de cena bajo las velas. Raro, la abuela no había tomado vino, y más raro que yo no me diera cuenta durante la comida, habíamos charlado sobre el vecino y su perro, lo iba a dejar suelto para que protegiera las dos casas, también me contó que Claudia vendía unas garrafas bien baratas y que mañana debía ir a la principal por los víveres. Estaba tensa, en realidad el tenso era yo, no quería reconocerlo pero me aterraba la oscuridad, corrección, lo que escondía, a los vándalos del barrio La piadosa.
En vez de contar ovejas repetí “mientras el perro no ladre estamos bien”, una y cien veces, Amanda estaba abajo vigilando desde la mecedora, eso sin duda me tranquilizaba, salvo cuando imaginaba alternativas del estilo “elige tu propia aventura”, si decides lanzarte sobre ellos aprovechando que están en la escalera ve a la página…si prefieres quedarte en la cama y que tu abuela se encargue de ellos entonces escóndete en la página…
¡Vino la luz! gritó Amanda. Corrí hasta el interruptor, qué alegría. Pocos segundos después oí las exclamaciones de los vecinos, el perro ladraba, todos los perros de la cuadra hacían lo mismo.
Con la electricidad se fue el miedo, obvio. No sé la abuela pero yo me había acostumbrado a vivir así, a ocuparnos de esto; ahora, con el tema resuelto volvía lo de antes; las agachadas, algún reemplazo, y de nuevo las changas. Amanda me sacó los pensamientos con un coscorrón, Claudia y los chicos están bailando en la calle…Vamos, mañana va a ser distinto.
La acompañé escaleras abajo.
¿Les ibas a disparar?
Claro.

viernes, 20 de abril de 2012

Esta boca es mía (un estiletazo de Tely y efa)

No me van los apodos, las siglas, y menos aún las que usan iniciales. Salí con R y justo nos encontramos con J y bla, bla. Como si realmente me creyera que R y J existen, o fuera necesario resguardar sus identidades. ¡Qué misterio! diría la abuela.
De todas las posibilidades de nombrarlo elijo “él”, a secas.
Pasábamos más tiempo en su casa porque tenía un televisor grande en la habitación. Veíamos mayormente pelis, pero también nos entreteníamos con series, programas viejos de humor, dibujos animados, y salvo que sucediera alguna noticia extraordinaria, no consumíamos noticieros ni nada que tuviera correlato con la realidad. Lo que se dice unos desentendidos, la tele, la cama, él y yo.
Una de esas noches, después de hacerlo, le dije que lo quería. Que habíamos llegado a un lugar donde no necesitábamos impresionar al otro, el punto en que los silencios raros dejaban de ser raros. Creí que me preguntaría si había sido espontánea o guionada. Y hasta hubiese reído.
Yo también te quiero. Pero más que las palabras fue que le creí.
Decir que esos “te quiero” marcaron el principio del fin sería un infantilismo, ejem, lo pensé. De a poco pasé a trasnochar más con mis amigas y menos con él, y cuando iba nos usábamos para descansar de las andanzas.
Eso se repitió hasta que a falta de algo mejor nos fuimos. Sin lágrimas, insomnio, o inapetencia. Fue más que un cambio de canal pero menos que una comedia de enredos.
Concluí que las palabras dichas en el fragor de la cama no eran más que eso, cama.
Ojo, nueve años después algunos de mis records todavía eran con él, lo cual podía significar dos cosas, había tocado las cumbres del placer a temprana edad, o después de él había noviado con tipos menos atentos a la cama y los programas del cable.

sábado, 7 de abril de 2012

Ojalá fuese otra de mis fabulaciones, otra ficción que se me escurre plácida. No, esta narración es cierta y terminal como la enfermedad que la inicia.
Marta hizo todo cuanto pudo, tratamientos convencionales, terapias novedosas, también pasó por manosantas, que poco tenían de santos y más de chantas, incursionó en ungüentos milagrosos, rezó, quedó pelada, los hijos le regalaron una peluca, la llevaron de veraneo porque era el último, mejoró un poco, después empeoró el doble, entonces quedó postrada, y se fue el habla, pero quedaban los ojos, para ver la tele portátil en el hospital, mientras los de cuidados paliativos, con cero de tacto, decían que moriría de inanición si no comía. Me pidieron consejo si convenía una sonda, yo opiné que mejor la dejaran en paz, pero justo Marta reaccionó y deglutió algo, vainillas y alimento de bebé, así pasaron semanas, con ella internada y los hijos, mis únicos amigos de la infancia, turnándose con las visitas. Y el resto del tiempo descansaban en la casa familiar, pero sin los quejidos de Marta, que ya conocía el desenlace, por eso el quebranto, porque era demasiado saberse morir, y encima bañarla y cambiarla y la pastilla para las convulsiones y lo que inyectaban las enfermeras, creo que la querían grogui, porque Marta, sana o pereciente, tendía a ser abominable, de palabras vulgares, metiche, mandona, con rencores, porque su hija Daniela no había llegado a ser maniquen, o porque Enrique, mi secuaz de siempre, andaba noviando con esa vividora de Paula, o por la suerte esquiva, que reía a otros y no a ella.
Enrique dispuso rápido de los arreglos, sin velorio y apenas un responso antes de ir a tierra. Fue muy sentido; las viejas amigas de riguroso luto, Daniela afligida pero íntegra, Paula, la novia, actuaba pésimo su dolor, siempre la creí una atorranta, el entierro no fue la excepción. El viudo Mariano, actor secundario, malcarado, mesándose el bigote, me acerqué a darle el pésame, agradeció por lo bajo. Mi amigo Quique abrazado al féretro. Y yo, ajeno a las explosiones de llanto, lo imaginaba viniendo a desmalezar la tierra, a pulir el bronce, a dejarle flores.
No tanto como predije. Tuvo un sueño liberador. Así lo recuerdo en sus palabras, estaba mamá sentada en la cama del hospital, sin las sondas pero con el pelo corto, y me decía que no quería seguir, que nosotros (por Daniela y él) estuviésemos tranquilos porque ella nos iba a acompañar siempre. Casi un cliché, pensé para mí, quién mierda era yo para decirle que sonaba a culebrón de la tarde. Si a él le servía para cerrar el capítulo, bien.
Marta volvió.
Sí, yo vivía drogado, pero la falopa no fue la causa, sino el catalizador. Como dije, la difunta regresó en ellos. Era impresionante cuando se apropiaba del viudo Mariano. El viejo me echaba unos vistazos muy perturbadores, se acomodaba los cinco pelos como ella, imitaba su postura al sentarse, y la risa con ronquido tan característica. Le pregunté por qué adoptaba los tics de Marta. Negó que estuviera haciéndolos.
Daniela también. Pasó de hermana a madre sobreprotectora de Enrique, justo ella que toda la vida había estado a la sombra del preferido, ahora olvidaba los años de terapia para abnegarse a Quique. La ropa, la comida, le tendía la cama, y fregaba los pisos. Eso en cuanto a cambios visibles, lo escalofriante era aquello que se escapaba de la mirada liviana. Cierta cosa entre edípica e incestuosa.
Por supuesto que Enrique descartó mis sospechas, pero le faltó vehemencia, asco, no sé, en cambio no emitió juicio cuando le pregunté si no le parecía raro que Daniela hubiese adoptado para entrecasa los camisones de Marta, qué tenía que hacer con ellos, ¿acaso los suyos no daban la cuota mórbida? Omití decirle que en el último tiempo la veía más parecida que nunca a la vieja, a niveles de transformación de cara, pero me sonó medio falopa.
Mientras tanto la vividora de Paula, que siempre había hablado pestes de la suegra, ahora la evocaba con cariño, citaba momentos graciosas en los que ella ni siquiera había estado. Y encima lo hacía creíble. Consideré dos opciones, que fuera mejor actriz de lo que preví, o que Marta la tuviera posesa, me incliné por esta última, había algo muy poco Paula en la manera que contaba las anécdotas.
Creo que de todos yo fui el más envenenado. Lo que empezó como idea pasó a descabellada certeza, y de ahí un trecho muy corto hasta la obsesión.
Mariano se llevó su personaje secundario, impregnado de Marta, a la costa. Para cualquier otra familia hubiese sido abandono de hogar, primero la madre muerta, después el padre fugitivo, para mis amigos fue maná cayendo del cielo. Dijo que iba a Mar del Plata a visitar a una amiga de años, también amiga de Marta. Supusimos, por el apuro que tenía, que no volvería pronto. ¿Y si se ahoga? No lo veo metiéndose al mar, y menos a su edad, contestó Enrique. No es tan imposible, a tu mamá le gustaba nadar.
Costó, insistí, pero finalmente me hicieron caso, debían irse de la casa familiar, Marta acechaba en los rincones. Ninguno me lo reconoció, tampoco lo negaron. Además les servía de excusa para rajarse, algo lunática pero funcional.
En poco el hogar de añares quedó vacío, Quique probó la convivencia con Paula. Daniela rumbeó sola. Yo me ofrecí a encargarme del espíritu.
Mi amigo descubrió que la vividora le metía los cuernos con un tal Jorge. La hermana se emparejó con un pelado pero no anduvo.
No me extrañaría que se mudasen juntos, “para ahorrar en gastos”.
Me dan unas ganas bárbaras de quemar la casa con Paula adentro. Ahí sé que es Marta la que me implanta ideas.
Vas a arder sola.

sábado, 24 de marzo de 2012

...de este lado de la Gral Paz

Para el chismerío barrial la noticia del puma suelto en las calles de Vicente López fue lo más hablado desde el asesinato de Solange Grabenheimer a manos de…la justicia concluyó que no fue la amiga, la misma que decidió exiliarse en una feria de dinosaurios itinerantes.
La que alertó sobre el animal prófugo fue una abuela de acá cerca. Ella vió al invasor en su jardín, no sólo eso, le mató al gato y se lo llevó entre las fauces; palabras textuales, me contó por lo bajo uno de los poli que estaba de guardia cuando la vieja llegó a la taquería.
Para no generar malos ánimos hacia el puma fugitivo se trató de omitir esta info. Lo que sí se coló fue un video de magra calidad donde se mostraba, bien lejos, un bicho caminando por las tejas, pero podía ser cualquier cosa.
Otro que reportó a las autoridades fue el señor de las gallinas, imaginen su desazón, a él le mató medio gallinero, y acompañó sus dichos con fotos del daño y las muertes.
La última fue la vicedirectora del colegio, la docente se espeluznó con una serie de palomas yacientes en su vereda, la mayoría desmembradas. Pero la prueba más fiel fueron las huellas que dejó en un pasillo y en la medianera. Se trata de un ejemplar grande, precisaron los de fauna luego de analizar las marcas. Y acto seguido se aparecieron con cebos vivos y dardos tranquilizantes.
Lástima que las noches de vigilia no pagaron réditos, la enigmática bestia no fue capturada, ni siquiera la vislumbraron, peor, tampoco pudieron recolectar nueva evidencia.
Enseguida los medios cuestionaron su existencia. Ningún felino de esa talla puede andar suelto por el barrio sin dejar rastros, como pelo, orina, y nuevas huellas; aseguró un guardaparque afectado al operativo. Esa, más otras opiniones parecidas hicieron que la noticia cayera en desuso.
Para nosotros la fiera se convirtió en leyenda y símbolo. Los chicos en la plaza juegan a cazarlo. Los grandes se juntan de noche a patrullar. Es una cuestión de responsabilidad ciudadana, explican ellos. La mayoría va con palos y linternas, hay uno que porta una ballesta.
Las voces del bar dicen que el puma no apareció porque jamás estuvo suelto, actuó bajo el adiestramiento y las órdenes del gitano Marko, vecino de años, ex dueño de circo y ladrón retirado. Refieren que tenía entredichos con los tres perjudicados. A la abuela había intentado engañarla para que vendiera su casa, al señor de las gallinas porque lo había visto molestando a su hija menor, Lali. Y a la vicedirectora, bueno, no se sabe bien, algunos hablan de una venganza de amor. Pero eso ya es cuento de borrachos.
Mi hijo quiere ser cazador cuando sea grande. Yo lo miro sin mirarlo mientras pienso, quién mató a Solange Grabenheimer.

sábado, 10 de marzo de 2012

Entreacto

Ese bar de citas rápidas era una afrenta para el barrio que se enorgullecía de sus burdeles.
Ninguno de los amigos había aceptado acompañarlo, y eso que andaban solteros, y eso que sí lo acompañaban cuando la incursión era por los puteríos.
Las palabras del kiosquero lo habían convencido, vienen minas de otros lugares, no son las feas de acá. A él no le parecían feas, de hecho él solía pasar por feo.
El bar no difería de otros medio pelo, salvo por la carísima consumición obligatoria, la distribución circular de las mesas, y el sticker con su nombre que le pegaron a la izquierda del pecho. Una moza le explicó que había un lugar libre en la ronda, en el próximo corte podía entrar, cuando oyera la chicharra y a la moderadora gritan… ¡¡Cambio!! vociferó la susodicha.
En el revuelo vió la silla libre, la perdió atravesando una cuarentena de otros que también buscaban sillas, la encontró en un claro a dos metros, había una mujer de pelo negro sentada a la mesa.
En el sticker decía Jimena, él hizo la estupidez de preguntar si era una X o una J. Jimena no se espantó, quizás porque también padecía con la interacción forzada, o estaba de remate como él. Lo concreto es que hubo conexión, y con pocas preguntas, además de las de rigor sobre: edad, profesión, hijos y poco más.
Sonó la chicharra y la moderadora gritó ¡¡Cambio!!
¿Nos vamos de acá?

Dale, contestó Jimena.
Qué sonrisa y qué tetas, pensó mientras le extendía la mano.
¡¿Se van?! interrumpió la moderadora. Los miraba desafiante… ¡¿Se van?! insistió.
Y antes que él dijera Sí, se oyó el No de Jimena.
Debió haberse ido, pero más que la vergüenza de todos mirándolo, fue el desplante de la otra, así que se quedó.
Después de menos de una hora de pasear el culo por todas las sillas, de hablar bullshit con extrañas necesitadas como él, se hizo con el teléfono de cinco, dio su número a otras, y acabó yéndose de ahí con una depiladora de 45.
Jimena se subió al auto de un viudo buen partido, la depiladora le contó que al viejo no se le paraba. ¿En serio? Sí, es conocido mío. Pero después se toma un viagra y listo.
Quedó tan tocado que no se le paró, podría haberle sugerido que se la chupara, o hacer la del viudo, pero ya le corría algo agrio, otro grupo al que no volvería.

sábado, 28 de enero de 2012

El Permitido (un desliz de HiStEriEt@ y efa)

Para http://masqueunacabra.blogspot.com/ 
alias Carla, por los talentos,
por el fervor de su dibujo.
Desde que publiqué “Lamparones”, la historia de la lectora que me mandaba cartas contándome sus problemas maritales, el episodio de la remera manchada de semen; no dejan de llegar consultas. Como si pudiera hacer algo, como si me importara.
Algunas son tan elementales que no merecen mención, eso no significa que no las conteste, siempre diligente. Otras son menos inquietudes o asuntos a resolver que lisa y llana pornografía. Invitaciones a eventos sexuales; desde chacras nudistas, pasando por turismo gay, hasta juegos del rol sado. Toda una fauna depravada que no pide mucho, sólo un gesto amigo.
Y una última clase… la carta convocante es una pieza del desastre.
*   *   *
Suena el teléfono, es un compañero de trabajo de los buenos, le parece raro el tono circunspecto.
¿Pasó algo en la oficina?
No, es tu mujer.
Mientras miraba fotos de minas en bolas se cruzó con un sitio amateur llamado “bebotas”, cientos de polaroid caseras, y en la solapa MILF (traducción, madres que me quisiera coger), dos instantáneas de la esposa de su compañero, en la primera chupando, y en la segunda mostrando las tetas de frente, tomada desde el ángulo del tipo con ella montándolo, y una expresión vergonzante.
¿Vos las sacaste?
¡¿Me estás jodiendo?!
Corta y sale disparado hacia la compu, su hijo y ella regresarán de natación en poco menos de quince, es su turno de cocinar, al diablo.
No puede ser… es ella, habla solo delante del monitor. Inmóvil, shock, no siente, es todo ojos, su bienamada chupando con esmero. Por el color del pelo, la cara aniñada y las tetas sin amamantar, deduce que son previas al casamiento. ¿Cuánto antes? Él la conoció con ese look.
La familiar mueca de su esposa en la segunda toma es prueba unívoca de que no están trucadas, se la están cogiendo bien, piensa. Ahora sí siente la estocada, duele, de adentro hacia afuera. Qué van a decir de él, cornudo, cómo podés aguantarlo, ¿te pidió perdón? Si ella oyera sus pensamientos odiaría estar casada con alguien tan egoísta, qué van a decir de mí, imbécil. Vos no quedás como una puttana, yo sí.
El hijo viene con una nadería que sucedió en natación, suficiente para evitar la confrontación cuando cruza el umbral. ¿Qué pasa que no huelo pizza? al tiempo que lo besa en la mejilla. Él, estático. ¿Y la pizza? repite el nene.
Para justificar su talante osco durante la cena, explica que tuvo un día trágico en el trabajo e igual dolor de cabeza. No sólo funciona para ustedes, se da ánimo mientras mastica la fugazzeta.
Espera que el niño acabe de una vez con el flan y lo premia con tele en la habitación de ellos, y cerrá la puerta. Oye el portazo. Qué pasa, empieza ella. No te hagas el misterioso.
No hizo a tiempo de imprimirlas, sino ya estarían arriba de la mesa, y su esposa… inyectada, si fuese hentai le estallarían los ojos al verse así retratada.
Hay dos fotos tuyas en la web.
¿Facebook?
No, una página porno. Estás chupando… y cogiendo.

A ver, mostrame.
Qué clase de reacción es “mostrame”. No hay máscara de horror ni brote psicótico, sólo un desafío, a ver. No piensa hacer el acting de levantarse de la mesa e ir por la compu. Le da odio verla tan sobradora, le aclara que no es un chiste sino lo peor que pudo haber hecho. Ella insiste con ver la evidencia.
Decime la verdad, ¿nunca te sacaste fotos garchando?
Su esposa odia que se refieran a garchar, lo hace para picarla. Sabe que acusó el golpe porque lo mira vidriosa. Él ataca preguntando si perdió la curiosidad. Desacertado.
Sale rauda de la cocina.
¡¡Apurate antes que la suban a facebook!!
Más desacertado.
Debería ir tras ella. Oye los ruidos de encendido de la compu. Se para, camina hasta la alacena y saca la lata de café, todo con una cadencia impostada.
Imagina que de un momento a otro su mujer gritará ¡hijo de puta!, en alusión al amante indiscreto. No ocurre, silencio, pasos, pasos cerca, más cerca, siguen de largo, silencio, y portazo. Presume que se encerró en la habitación del niño.
Esa noche los varones duermen juntos.
¿Qué le pasa a mamá?

No sé, ¿vemos tele?
*   *   *
Qué clase de final era ese, ni siquiera imploraba mi consultoría. Qué pasó la mañana siguiente, mirá que si cometiste una locura te mando en cana. Eso, entre otras advertencias, contesté a su primera carta. También le dejé un consejo.
Reconozco que hasta que me respondió anduve ojeando los noticieros por si acaso. Según su último relato las cosas andan bien, hablaron, ella le contó su parte de la verdad, él no emitió juicios de valor, ni agregados egoístas, le dijo que ninguna foto escabrosa podía menguar su corazón por ella, y que estaría a su lado para sobrellevar el trance; los abogados, y hasta lo imposible con tal de censurar las imágenes.
Cuando se mortifica, o los demonios vienen por él, se esconde en un lugar seguro de su cabeza, y toma nota de las infamias que emprenderá con el crédito a favor.