Narrativas de género, y de paso

jueves, 15 de julio de 2010

Erótika エロティカ


La apoyé, directo, carnal, mi zona púdica contra su culo. Y todo porque el colectivo frenó de imprevisto. Le pedí perdón a su espalda, pensé incluir que había sido falta del chofer pero me abstuve, no aclares de más. Temí que me rajara una puteada, el escarnio público, tener que bajarme. Sólo miedos gratuitos, no contestó, ni una mirada de soslayo.
Empujé la mar de pasajeros y generé una zona segura en torno a su cuerpo, ninfa de la siesta, más diosa que terrenal. Otro sacudón casi nos arranca la espina, pero no la apoyé, al revés. Su amoroso culo se imantó a mi entrepierna, quedamos abotonados como perros. Yo, en idéntica situación, me disculpé, ella no se mosqueó, subestimó el calce. Estuve tentado en hacer la danza pélvica sólo para medir su reacción, aunque la reprimí, y encima se despegó.
Recordé que en el hentai, las animaciones porno japonesas, existe una saga que cuenta las tropelías de un acosador en los hacinados trenes de Tokio. Mi apoyada no calificaba como hentai, pero la suya, duplicada, y por tres segundos más de la cuenta, me dejó maquinando, tal vez sí éramos personajes de una trama condicionada.
Un viejo, que no sé cómo hizo para cruzar el cardumen hasta la puerta, le cedió el asiento. Desde la nueva posición, yo, frontal, ella, costado izquierdo, altura, mi pene a centímetros de su hombro; descubrí lo providencial de sus tetas, dos cabezas de enano, diría un tipo que conocí. Y quise metaforizar pero la visión de su escote fértil me nubló la inspiración.
Dejé de observarla, quién se creía, ¿la Venus de Milo? Mirame.
Íbamos por una zona baja, casas sin frente, por ahí el puesto de diarios, un kiosco, la panadería, tiendas, autos desguazados, calles de adoquín, el club social, y poco movimiento a esa hora de la tarde, salvo por unos menores que apedrearon el paso del colectivo sin acertarnos.
Volví a lo mío, advertí, algo azorado, que se le veía más a través del escote, parte de su corpiño, el desfiladero, las colinas y de sólo pensar en la cercanía de sus pezones me atacó una sensación gomosa. Lo único que le faltaba a esta infamia, ponerme tieso.
Debería mentir ya, afirmar que nada pasó, que fui un gentil hombre. O que me buscó. Debería salir con un giro inesperado, tal vez fantástico, o irme al terror, no, mejor a la comedia.
La verga contra su hombro, tímido, si cabe la palabra. Estuve quieto, palpitaba, ¿sentía? no se lo pregunté. Fue peor, inventé un empujón y la froté, una vez, dos, seis, con menos técnica que morbo, desmesurado, ficcional, diciéndole groserías en voz baja, frente al ojo de todos, al de ella, que seguía sin mirarme, sin un mísero jadeo.
Abrió un botón de la camisa y descomprimió el escote, sus tetas libres, gloriosas, salvo el corpiño, bajátelo.
Llegué a la madre de todas las erecciones antes de ver el pezón; me corrí, una lástima.

3 comentarios:

  1. Pienso que nunca mas voy a viajar en un colectivo lleno

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  2. la necesidad tiene cara de hereje tely, seguro lo harás, y quizás tengas una secuencia "torpe" para contar. Ojalá q no esté involucrado el hombro, jajaja

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  3. no sólo los colectivos, los trenes, especialmente el san martín de noche y con los vagones a oscuras son escenario ideal de esta y otro tipo de historias inolvidables...

    saludos efa!

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