Narrativas de género, y de paso

sábado, 11 de diciembre de 2010

Inefable Marte

El aire se quebró; precipitadas partículas girando frenéticas. De la paradoja sideral, ese espacio anacrónico, apareció un hombre. Así debe haber sido, pensó Vic.
O bien era el Adán de Marte, sin su otra mitad, o el marciano residual, el último de una especie diezmada por alguna peste cósmica o una raza invasora. Sino qué otra explicación racional existía.
Por supuesto que en ambos casos poco importaba el aspecto humano de Vic, pues según su paradigma nadie había probado aún que el homo sapiens no fuese originario de Marte. Tal vez él era en carne y hueso la irrefutable evidencia y por eso lo mantenían en cautiverio. Algo muy nefasto debía haber hecho para ser deportado a ese escondrijo del cosmos; y se entristeció aún más yaciendo boca arriba.
Al rato, primero difuso y luego en foco, visualizó el conocido techo. Había dormido, sí, dormí, y a esa altura cualquier acción por nimia que fuese era sometida al más exhaustivo análisis. Nuevamente aparecieron las certezas. Sabía, de la misma forma que aún balbuceaba su nombre, que estaba en Marte. Además si el paisaje que advertía desde el único ventanal del corredor no era la típica postal marciana, entonces todo el imaginario sobre el planeta rojo había sido una falaz puesta en escena. Una y mil veces había repasado lo que sus incrédulos ojos miraban.
Frente a Vic el mítico valle, la meca de las rocas. En varias sobresalían peñascos de apariencia animal. La silueta del sapo en un elevado montículo era idéntica a la de sus sueños. Otra constante eran las hendiduras que cuarteaban el suelo como riachos. Eso y unos solemnes cráteres lo seguían amedrentando como la primera vez que los había visto hacía ya...
¡Mierda! si pudiese despejar la ecuación temporal. Infructuosamente había buscado el sol para acotar unidades reconocibles. Mas la ausencia del mismo, al menos desde su localización, había truncado su idea de días similares a los terráqueos.
De hecho subsistía una demencial y perpetua diurnidad y a no ser que los momentos nocturnos, nunca vistos, coincidieran con los lapsos en que dormitaba, no tenía palabras más que suponer que las noches marcianas eran parte del día, pura luz, sin luna a quien aullarle. La liviandad con que barajaba apócrifas teorías lo espeluznaba más a él que a nadie, siempre y cuando nadie existiese además de él.
Luego despertó habiendo olvidado cuándo se había entregado al sueño. Hasta una fracción antes andaba reseñando la topografía exterior y ahora contemplaba extrañado su prisión, que Vic describió así.
Un pasillo. A veces parece cónico, otras un dodecaedro. El lugar es naranja, todo es naranja, menos ellos. Ocho portales, ocho hoyos negros, soy su preso. No acusan contornos reconocibles. He llegado a pensar que tienen la capacidad de trasladarse. Acechan.
Visto un uniforme de una sola pieza, manga larga y sin cierre. No descubrí micrófonos cosidos u otros trasmisores. El traje es indestructible, procuré rasgarlo sin éxito en un brote psicótico. No se distinguen costuras o identificación que devele su origen. Dentro de él estoy desnudo.
Vic soñó una serie de imágenes inconexas. Cuando recobró la conciencia se indagó si efectivamente había vivido todo lo transcurrido en la ensoñación o acaso era él un mero receptáculo de memorias implantadas.
En el sueño vio el universo y le pareció pequeño, la voz de mamá y las nanas del viejo, los cuentos de la infancia escritos en cursiva, sus cartas, la bicicleta roja y el perro, vampiros, hundirse en la arena, la escuela, el colchón roto de saltar, paños en la frente, los reyes, un gato ahogado, la letra de coros juveniles, besos en un árbol, fotos familiares, el diente que Carolina se rompió por su culpa, la sangre de ella, mujeres y algunas desconocidas, dos policías muertos o dormitando, la parte animal, una cadena perpetua, su estertor, un vientre por dentro, el nombre de su hija, Dios tuteándolo, el mar, Natalia, cielo abierto, tuvo alas, expuso frente a un auditorio, guardó lágrimas, los pies helados en la cama, fue mosca, apretó botones, recitó su escrito, enterraron a alguien parecido a él, nació con el cosmos, vacuidad, él siendo cohete, la Tierra, su primera palabra, la evocación del amor y el poniente en Marte.
Despertó con la singular impresión de haber comido. Cuando eso ocurría Vic desvariaba que de algún sitio del claustro emergía una sonda que se acoplaba a su traje e irrigaba potajes con vitaminas y narcóticos. Es más juraba que así era ya que se sentía aguijoneado. Y ninguna gracia le causaba la mención de un conducto dentro de su organismo.
Los ocho portales le hicieron una reverencia y ensayaron un saludo. Vic no pudo precisar si dijeron el inesperado “hola” o lo hicieron telepáticamente.
Sopesó las opciones. Podía cruzarlos, transmigrarse hasta el mismísimo confín, o…Los agujeros lo succionaron de una vez.
Se traspuso a una camilla donde un mortecino haz lo exponía más que su desnudez, lo inyectaron y oyó sobre una travesía, luego las células se disgregaron y desapareció. También fue luz y sonido, descubrió la curvatura universal, supo de omnisciencia y halló su memoria.
En otro momento estuvo en Marte, vio su noche y hasta dicen que murió.

* * *
Los colonizadores que viajaron años luz para fundar el primer asentamiento en suelo rojo, comentaron sobre Vic.
En una excursión de reconocimiento vimos el perfil de una criatura que brincaba entre los riscos y aullaba en dialecto. Más tarde leímos en un comunicado de la central que recibiríamos literatura sobre él, poesía mayormente, aunque nunca llegó; comentaban los Harrison, un matrimonio de excéntricos agricultores que se suicidaron al no hallar tierra fértil en el astro rubí.
Durante las siguientes generaciones se gestó la leyenda, las ficciones sobre Vic. Las de intriga tecnológica se referían al ilustre preso condenado a muerte y convertido en experimento; los alcances de la tele transportación a partir de la división celular.
La que prefiere este narrador habla sobre el original poblador marciano, ermitaño de las estepas; el mismo que un día despertó siendo Marte.