Narrativas de género, y de paso

domingo, 24 de julio de 2011

Matinée de Depravados

No di con las razones del caso, no sé si ocurrió un desdoblamiento, otro ser, una conjura o qué; pero la verdad es que no regresé del mal sueño.
Me perseguía una horda de vampiros. En ocasiones les daba pelea, con puños, espadas o estacas, y cuando me superaban en número, corría, como Aquiles pies ligeros, desaforado, trepando, o escondido. Hasta que uno me emboscaba, hendía sus colmillos sedientos y no paraba hasta dejarme muerto, al costado del terraplén.
Alguien despertó en mi cuerpo, yo en este páramo.
Eventualmente me hice a la idea de existir así, y casi no me pregunté por el otro, el usurpador. Sólo me inquietaba saber cuánto duraría, incluso sin tiempo. Sin hambre, sólo lógica, y la verdad es que hubiese preferido ignorancia.
Otra vez me persiguieron nazis. Los hacía arder con mi lanzallamas, pero caía una granada y la explosión me devolvía en indescifrables partes. También tuve ocasiones con sádicos odontólogos, me arrancaban los dientes, primero los frontales, las muelas, para el clímax las de juico, y de epílogo me hacían ver el cementerio dental escurriendo sangre en la pileta.
En eso apareció Elena. Tal vez la eligió por el nombre, o se encandiló.
Esa noche no hubo malos sueños que lamentar, porque en el cine de la inconciencia hice de las mías con ella. Por su parte el otro la convenció de quedarse a base de juramentos que jamás honraría. Elena, tan crédula como la recuerdo, dio el sí apresurada.
Creo que hasta en el letargo somos sicarios, traicioneros e infieles. Ahora ellos viven juntos y comparten pesadillas. A Elena la subyugan vampiros, la viola un dentista nazi, arranca sus dientes, la viola, y agoniza en un campo de concentración.
Yo miro la función escondido.