Narrativas de género, y de paso

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Lesbos [sobre una idea de HiStEriEt@]

Mi primera vez con una chica fue a los 16. Mamá me dejó quedarme en lo de Emilia para que terminásemos el trabajo grupal de Historia.
Nos acostamos tardísimo, originalmente iba a dormir en la cama de arriba de la cucheta, pero Emilia me asustó con que si no estaba acostumbrada a las marineras de seguro me caería dormida, mejor acostarme abajo con ella.
Desperté en mitad del sueño con su mano frotándome la bombacha por fuera del pijama, ya habíamos charlado el tema pero nunca en concreto, y menos así. Me hice la dormida, al principio erró el lugar, después no, aumentó el tacto, la circularidad, ahí, me dio algo inenarrable parecido al vértigo, tuve ganas de agarrármela y seguir, Emilia intentó ir por dentro pero me puse boca abajo. Metió una pierna entre las mías y con la otra se enganchó del costado, fregándose, pensé en su mamá agarrándonos así, peor, mi viejo...Me enfrié al punto de cortarla, además, salvo los comatosos, quién no se hubiera despertado.
La lengua de Emilia chocó con mis dientes, parecían menos besos que lamidas, metió un dedo en mi boca y cuando lo sacó ensalivado se lo llevó adentro de la bombacha, lo vi en una porno, dijo. Repetí lo de ella pero con mi saliva. Tardé poco en encontrarme y mucho en coronar el momento, no sé, nervios, me desconcentraba oírla jadear.
Sentí vergüenza pero se la mostré. Es hermosa…y parecidas, agregó. Toqué la suya como si fuese la mía, abrió tanto las piernas que vi su último escondite, igual al ombligo de un bebé.
Las pocas veces que había estado con un chico me había parecido que no sabíamos qué hacer con los genitales del otro, no así con ella, nos reconocimos desde lo más primario del órgano, pulsión de vida, mimé su sexo hasta el calambre.
De postre me pidió encajarse. Nos abotonamos, fue raro, suave, y lógico. Hicimos presión una contra la otra, jugo de luna, besos de concha, tan proverbiales que hasta mucho después me seguí masturbando con la secuencia.
A pesar de que con Emilia escalé a cumbres de placer que pocos novios igualaron, no reincidimos. Por otras amigas de la secundaria me enteré que se recibió de psicóloga y tiene una nena; dicen que el marido da medio gay, pero sólo cuando están borrachas.
Tres días después de la despedida de soltera me caso con Ariel. Para evitar situaciones bochornosas, especialmente con sus amigos, elegimos compartir la despedida, ¿una para los dos? me preguntó ni bien tiré la idea. Al cabo de cuatro charlas y varias de sus preferidas en la cama, accedió al convite mixto.
La wedding planner consigue todo, el salón en Tigre, los y las strippers, regalos de sex shop para sortear, comida, alcohol y la mar en coche. Mi hermana teme que la despedida se desbande y acabe en orgía. Al final es peor la medicina que la peste.
Hace tiempazo que tengo ganas de hacerlo, pero por razones que no vienen al caso siempre arrugo. La psicóloga me sugirió que probara suerte en un boliche de mujeres, o pagarle a una mina. Me asombró, pasado un silencio más expectante que incómodo, preguntó cuál sería mi reacción si me lo sugiriese una amiga. Me reiría y pensaría que es un chiste.
O no.
Es la primera vez en mucho que piso un telo, el tipo de recepción, detrás de una ventanilla blindada, nos extiende la bienvenida y sin más pasa a leer los precios. Si fuese mi novio Ariel elegiría la habitación intermedia sólo para no quedar tan rasca, como somos nosotras vamos con la barata. El tipo sugiere que tomemos la última de las económicas con jacuzzi. Siempre es la última, reímos taradas, y con ganas de coger.
A mi personaje le gusta fumar con boquilla larga. La muy torpe me rasguña la espalda queriéndome desabotonar el corsé. Pide perdón y con su palma fría acaricia la herida. Le contesto con dos latigazos en el lomo, grita pero suena fingido, amago darle de nuevo y se resguarda entre mis botas; esto de la dominatrix es una cagada. Emilia nota mi decepción, sigue hermosa como siempre, las tetas altivas, el culo también, me calienta pensar que de acá se irá a casa con su familia. Eso, y que reconozco su concha.
Si te portás mal te meto la boquilla.
¿Y si soy buena?
Te la saco.

jueves, 3 de noviembre de 2011