Narrativas de género, y de paso

miércoles, 21 de julio de 2010

Los Asambleístas


La reunión de consorcio es el caldero donde se cuecen las miserias humanas, esa fue la imagen que tuve mientras todo se iba a la mierda. Porque el del cuarto trompeaba al del séptimo, las esposas hacían lo propio, el administrador, Amoroso de apellido, pedía calma en vano, Luis, el encargado, aparecido por el escándalo, era el único de envergadura para interponerse entre los púgiles. A la vieja oligarca del quinto le faltaba el aire, la pareja del tercero huía por la escalera, un tipo que no reconocí amenazaba con llamar a la poli, mi amiga veterinaria del octavo se hacía un ovillo en el rincón, y mientras ocurría esa simultaneidad yo me insultaba, cómo había sido tan idiota de concurrir a la cumbre.
Empezó tranquilo, se votó a favor de reparar la pérdida del primero que filtraba hasta la cochera de no sé quién, el cambio de la botonera del portero, la luz automática del pasillo y el remate judicial del 3b porque debía expensas desde 2007. Una lástima, el tipo me caía bien y creo que le hubiesen tenido más paciencia si Luis no lo sorprendía asando hamburguesas en el ascensor. Sí, el delirante conectó su parrilla eléctrica a un enchufe del ascensor y listo el paty. Según Luis el chef alegó que le habían cortado la luz y tenía hambre.
En eso intervino el del séptimo, si ya terminaron de reírse quisiera comentar algo que me dijo mi hija. Pausa dramática, que aproveché para bosquejar el cuadro. Él, aspecto de comerciante, ella, tics de docente. La nena, veinteañera, no estaba presente, la recordaba linda.
No quiero sonar mal, entonces iba a sonar pésimo, pero nos contó que varias veces, mientras viajaba con el chico del cuarto, sintió que la miraba raro. ¿Raro? Dijeron sus padres casi al unísono. Si Juan es bueno con todos, no entiendo, dijo la madre. Claro, pensaba que “raro” era malo, o enojado, o distante. Sólo ella razonaba así, el resto sabíamos a qué se refería, o por lo menos esta mente depravada lo sabía. Juan había nacido con trastornos mentales, y era muy querido en el edificio, con lo cual insinuar eso de él era como pisotear a un santo. Rogué no dijera “a qué se refiere”, pero lo dijo. Por favor, no entremos en detalles, intervino Amado. Es un tema que convendría tratarlo por fuera de la asamblea. ¡Me cago en la asamblea, que lo diga de una vez! increpó el del cuarto. ¡Calma, calma! repetía Amado. Mi amiga del octavo me miraba desorbitada, la vieja del quinto rumoreaba con la pareja del tercero, yo murmuraba solo, y entre todo ese barullo se oyó con claridad, ¡mi hija tiene miedo que la abuse!
¿Paranoia o viso de realidad? ¿Discriminación o sensatez? se preguntaría Feinman o Graña en algún editorial irreputable.
Luis era el único que arriesgaba su integridad para separarlos. Y todo por la impresión de una veinteañera. ¿No deberíamos ayudarlo? le pregunté a la vieja oligarca del quinto. Dejalo, que sirva para algo.

5 comentarios:

  1. Buenisimo la de la del octavo hecha un ovillo y la del nombre Luis...nunca mas reales, falto la del perro de la del nueve que deja meado el ascensor...muy evidente no? jaja Felicitaciones again!!

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  2. gracias nati x la onda! espero sigan divirtiéndote mis renglones. Sshhhhh! ficción

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  3. Ja!! genial!! solo puede ser ficción si te imagino en una reunion de consorcio.. pero me suena a MUY real!!
    Raro que en esa reunión nadie se quejó del escritor que lleva una vida cuasi noctambula!!

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  4. yo tampoco me veo ahí, la pegaste. Ya vendrán las quejas, cuando me cocine un pollito en la terraza.

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