Narrativas de género, y de paso

sábado, 27 de julio de 2013

Eran tan pobres que lo único que les quedaba era una feta de jamón para cuatro.
La madre caminó hasta el cajón de los cubiertos, agarró el cuchillo de dientes y cuando volvió la feta había desaparecido.
Eran dos en esa cocina derruida, ella y el integrante que no figuraba en los números, y no controlaba los impulsos, el perro, el que se lamía sin culpa.
Tal vez fue ira racional, o locura por el hambre, o que no tenían nada mejor que hacer, lo cierto es que armaron un concilio para decidir la suerte del ladrón.
Al niño y a la niña les pareció que no merecía castigo, el perro andaba igual de famélico que ellos, sufría con la familia, de otra manera eran unos abusadores, o algo peor.
El padre se pronunció a favor de matarlo de sed, medida ya adoptada ni bien se descubrió el robo, la cuestión era si efectivamente iban a estirar el castigo hasta la deshidratación.
La madre llamó a un cuarto intermedio para hablar con el padre. Si el perro moría en la casa era seguro que acabaría en la improvisada parrilla, no podían ser tan inhumanos.
Lo abandonaron a su suerte en un páramo lejísimo, sediento, a merced de otros predadores, al menos era mejor que pasarlo con la familia, pero ese pensamiento nunca cruzó la mente del perro.
De los cuatro la sobreviviente fue la madre, primero le tocó al padre, hambre y una fiebre insistente, no tuvo fuerza para cavarse el pozo, ella tiró mucha cal para prevenir el hedor, y clausuró la habitación matrimonial, no fuera que la peste los siguiera por los cuartos. Después la niña, siendo la más débil y pequeña aguantó más que el viejo, cuando le dolía la panza la madre la arrullaba en sus brazos. Mientras el hermano acompañaba en segundo plano, testigo, masticando un bicho. Él fue quien vio al perro desde la ventana rota que daba al comedor. La madre no le creyó.
Después sí.
Pasaba siempre minutos antes de la noche, los miraba desde atrás del alambre de entrada, desde la libertad, era una mirada grave pero no de odio, tal vez reprobadora, luego olisqueaba el aire, el pasto, y meaba con ganas. A la madre y al niño les daba envidiaba cuando también cagaba la entrada. Eso significaba que al menos había comido.