Val se descubrió viejo menos por las marcas de la edad que
por un solapado pero cierto odio hacia los jóvenes y sus prácticas. Sobre todo
aquellas que en la juventud parece que nunca pasarán factura pero a los casi 40
de Val, aunque la llevaba bien, sí se la cobraban.
Tenía que dejar la falopa, debía ser menos quejoso y crítico,
y no parecerse a su viejo, que odiaba a las embarazadas con tatuajes. Val
sentía algo similar por los piercing en la cara, en especial las bolitas negras
a la altura del bozo, decía ¡que villera! o villero, y si bien se sabía
despreciable, no hacía nada por censurarlo, era parte de ser viejo, las
licencias.
Los 40 eran los nuevos 30 y los 50 los no tan nuevos 40. Val
no se sentía de 30, hacía 10 años tomaba mucho más. Había tomado con las
mujeres que más había querido. Las recordaba en esa situación, había una que no
sabía esnifar, otra le dijo que nunca lo había hecho y tenía toda la cancha del
mundo, y era un gusto mirarla, la nariz se le hacía más particular de lo que ya
era. A otra se la tomó desde su cuerpo joven y en bolas. Y otras las guardaba
en un sitio rezagado de su mente, algunas memorias mejor encerradas.
Val no soñaba, el hábito de porrear mucho se lo había
quitado, y aunque dormía sin sobresaltos, ni interrupciones y tampoco le
costaba conciliarlo, sentía que el sopor era demasiado profundo, un estado de
inconsciencia lindero a la muerte, luego despertaba y no creía lo rápido que habían
sucedido las diez horas de noche. Val
extrañaba sus sueños, incluso los persecutorios, le dejaban una adrenalina de
terror muy movilizante. Pero los que en verdad extrañaba eran aquellos que
incluían gente que no veía. Principalmente su abuelo muerto, Val decía que se
le aparecía para aconsejarlo, lo cierto es que acudía bastante en sueños de
poco sentido, barriendo un pasillo, sentado junto a él en un pupitre de
universidad, y conversando con la nuera, nunca en compañía de la abuela. Val
veía otra gente del pasado, jefes excretables, niños de hacía 30 años, un rival
que se venía a trabajar a su empresa, casamientos en los que estuvo pero con
secuencias inéditas y que hubiera estado fabuloso que sucedieran, y los
mejores, los que Val llamaba sin originalidad flashback. Momentos ocurridos hacía tiempo en su máxima
textualidad, por ahí desfilaba la vez que lo hizo en su alfombra azul y se peló
las rodillas de tanto darle, fotografías de desnudos que ya no tenía, lugares
de veraneo, un camino flanqueado por arboles gigantes y su perro trotando
adelante, el borde menos riesgoso de los acantilados, y desde ahí la inmensa
panorámica del mar, el argentino, Val lo había visto muchas veces desde chico,
y de todas las imágenes escogía esa, la del sueño foto.
Val arrancó de un tirón la hoja enrollada en la máquina de
escribir, fue menos por esa última oración que por un incipiente aroma a
comida. Desde la habitación oía los ruidos de su mujer mientras cocinaba, tan
cotidianos que más que ruidos eran sonidos, los conocía a todos y en ese saber
se sentía tranquilo.
Val pensó que durante la cena debía decirle palabras de
amor, había sacado ese horrendo término de una noticia de la tele, “ni una sola
palabra de amor”, reclamaba la vieja del contestador que luego se convirtió en
corto viralizado. Suficiente con las demostraciones de cariño, se mintió al
tiempo que ideaba traducciones poéticas a su sentimiento. Val sabía que en
última instancia las palabras no serían el problema, sino tener que llevarlas a
cabo, debía probarlo con acciones, ser consecuente. Y Val se movía lento.
Pensó más, podía esperar como un pelmazo que ella lo llamara
a cenar, o actuar el flashback por
excelencia, la madre de sus verdades, Val y su mujer haciéndolo de parados en
la cocina, más que romántico…pero no encontró el paroxismo, andaba demasiado
faseado para pensar. Entonces cambió a modo acción, músculos, movimiento, qué
pena que arrastraba el hombro dislocado. Val abofeteó a su comentario maricón,
le dolió.
Logró llegar hasta el querido culo de su mujer antes que
hirviera la sopa, y cuando estaba por meterla, tan rápido y sin preámbulo como
le gustaba, se encendieron las palabras de amor. Con el tiempo quedarán atrás.