Narrativas de género, y de paso

sábado, 20 de noviembre de 2010

La habitación triangular

Así la nombré cuando entré a ella. Mi novia la usaba de baulera, la cama de una plaza, una máquina de ejercicio, dos muebles tapados, la bici roja y algunas cajas marrones. Le dije que desperdiciaba el ambiente, sino sabía qué hacer con los trastos podía donarlos, o al ropavejero, que nos despertaba con su vozarrón todos los domingos.
Yo quería un salón de juegos, mini pool, metegol, flippers y la tele, en cambio primó el buen juicio de mi compañera, optamos por el cuarto de huéspedes, que a futuro sería el aposento del primogénito.
La verdad es que nos queríamos, la mayor parte del tiempo al menos, y cuando la rutina minaba la tolerancia, teníamos la frialdad para irnos solos por un rato, yo rumbeaba al río o investigaba librerías, mi novia a lo de una amiga, la flia, o perdida en bares, costumbre que le inculqué.
Cuando creí que sería feliz, aparecieron, de una noche a la otra, pasé de no verme en otra cama que la nuestra, a vagar insomne debido a sus ronquidos.
Pensarán que pequé de fanático, no, hice todo a mi alcance para remediarlo, desde tapones en las orejas hasta cintas nasales; pasando por médicos, homeópatas, terapias alternas y la enciclopedia de remedios caseros. Paliativos, sólo eso, porque a la vez siguiente, volvía la serenata ruidosa.
Me daba tristeza verla afligida, se culpaba de mi insomnio, y era cierto, pero no se lo marcaba, reverdecía el amor, hasta que nos acostábamos, y de nuevo la cantinela.
Una de esas vigilias me mudé a la habitación triangular. La cama tendida, ningún huésped la había desflorado, me eché boca arriba, absorto en el cielo raso, no tanto, porque si aguzaba el oído me llegaban sus ronquidos.
Veía nuestra mano en la decoración. La mía en el vestido de las paredes, tres láminas, dos impresionistas, un aguafuerte de Quinquela y una foto que tomé de viaje. La suya en el espejo tríptico de los 70, la cama de una plaza que había dormido su abuela hasta morirse, la mesa de luz algo alta, un ropero para reciclar, el sillón petit con funda verde, y lo peor, cortinas rosa viejo sobre el detalle más inquietante de la habitación triangular, su ventana, ubicada en el vértice piramidal y forma de V invertida. Quiso que colocásemos persiana, me opuse, dejémosla como está, ordené sin éxito, porque acabamos con ese desabrido color obstruyendo la visual.
Desde la primera vez que entré me pareció fabulosa, según ella nada tenía de excepción, los abuelos andaban flacos de guita y para ahorrarse unos ladrillos y cemento, decidieron que el último ambiente adosado a la casa tuviese tres muros. Adiós a la magia, adiós a la cuarta pared que presionando un botón secreto aparecería para deslumbrarme, adiós al portal de tiempo y espacio, adiós a las historias que habían transcurrido ahí, porque encima de enterarme que fue obra de la escasez de recursos, nunca había sido habitada, un tiradero; hasta ahora.
Soñé, con el día que hice el mejor gol de mi vida, hacía ya veintiún años, sueño de héroes, ideal para la estima. Pero mejor que trasladar a imagen la memoria fue descubrir que podía hacerlo a voluntad. Sugestión, retrucarán los profanos. Incomprobable, dirán los apegados al método científico. Lo cierto es que cada vez que pernoctaba ahí conjuraba el ensueño que me antojase. Si tenía ganas de un thriller y era noche de Discovery, idea de ella, sabía que en el cine de las sábanas blancas vería una conmigo haciendo de policía ebrio pero suspicaz que dilucidaba el misterio y se quedaba con la chica en apuros. Si el sexo no había sido providencial, lo remediaba con el protagónico en una orgía. Si la venía de terror maquinaba la secuencia cazador de vampiros, o zombies, y así otros ejemplos que omito. La única atadura a las proyecciones dormido era la habitación, sólo en su perímetro era capaz de tamaño salto fantástico. La teoría menos descabellada tenía que ver con una zona inédita de mi cerebro activándose en contacto con el ambiente triangular, pero por qué no sucedía cuando la compartía con mi novia, sí, la convencí de que durmiéramos en ella, bajo promesa de que sanaría nuestras noches, falso, roncó más y no soñé.
Le renovamos el crédito a nuestro cuarto, nuestro lecho, testigo de hazañas, o sólo escaramuzas, el que se amoldaba a nuestras curvas y huecos.
Anduvo un tiempo, dormí sin apremios, incluso con ronquidos leves, pero no hubo secuencias oníricas, y eso que las busqué en cada rincón de mi psiquis. Sin duda faltaba el catalizador, la llave y el cerrojo, iluminación, un mantra sólo para mí. Y así fue, a costa de mentiras, le prometí que dejaría de dormir en ella, aunque mi bienamada roncase. Me mudé a las tardes, las siestas, mientras mi novia trabajaba, y creía que yo también. Para ese entonces comencé a incluirla en los sueños, comedias románticas en su mayoría, lo cual era sanador, le insuflaba esencia a mi querer, pero también en películas de espanto, sólo para salvarla justo a tiempo.
Al poco descubrió el engaño, regresó temprano de la oficina, porque andaba indispuesta, y me encontró sesteando como un querubín. Gritó, me zarandeó, la puteé, me puteó y así hasta que amenazó con derruirla.
Pasó un año de aquello, le pagué un dineral por la propiedad del triangulo, el resto quedó a su nombre. En las tertulias la oigo referirse a mí como el idiota de la habitación, luego me acuesto y sueño que la mato.

sábado, 13 de noviembre de 2010

El Inventor

Era el dios más huraño; un arcaísmo, sentenciaban otros dioses. Mas sólo él conjuraba el inmemorial arte de la creación.
Tal vez por eso, o por la repugnancia que le causaban las divinidades y sus depravaciones, se había refugiado en el taller.
Cavilaba, pensaba un cuerpo celeste, un planeta de seis lados, no, esférico, con hielos en el confín, y agua, mayoría de ella. Para el continente había soñado tierra, verdor, cumbres plateadas e ígneo corazón palpitante. Luego pinceló los abismos de tinte infausto, el firmamento, varias novas fulgurantes y habiendo invocado a la aurora y apresado al poniente, descansó.
Un impaciente golpeteo en la puerta lo despabiló. Eran las providencias que, habiendo espiado su arte, lo exhortaban a que develara el secreto.
¿Pretenden que sea maestro de ustedes? ¡Degenerados! ¿Para diseminar vuestra semilla de perdición? Y dicho esto cayó preso de una emboscada.
A él lo desgraciaron en truculentos festines. A su inagotable creación, dicha de génesis planetaria, la desterraron al vórtice de un ciclón galáctico para que fuese nómada del universo; errante suelo de parias y descastados.
Pero creyeron mal, Dios había engendrado su especie. Dos seres que caminaban la faz por vez primera.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Alegorías

Jalaría las distancias,
haría que la faz girase a mi pulso
y encapsularía el tiempo inasible,
si no fuese este mortal que encarno.
Y me descarno,
hago trizas de mí.
Para que esta sombra
ya no me siga.
Tal vez su destino depare espectros,
ánimas que penan; errabundas.
Pero quizás, se prenda de tu estela.

* * *

Presto a partir
en agónico desenlace,
aguardo el latido sentencioso.
Con una querencia particular
ya que en el recodo,
extraviado de indiscretos,
vi a mi escrito de amor.
Y dije;
¡arráncame de aquí,
mi tarea concluyó!