Siempre
anduve por bares. De chico acompañaba al viejo a tomar el café del domingo, yo
leía el suplemento infantil y la última página del diario, él se quedaba con el
resto. Pedíamos dos medialunas y dos cortados en pocillo, el mío más liviano.
De
adolescente me incliné por los bares con pool o los bares con chicas; y si bien
empecé a codearme con bebidas más espirituosas, no dejé la costumbre del
cortado; fuera en la cafetería de la facultad, el barcito del laburo, o alguno
elegante si se trataba de un filo.
Ahora,
en esta adultez sorpresiva, sigo el hábito, igual que armarme uno.
Un par de mesas más adelante hay una pareja relativamente joven, a veces no presto
atención a los demás, esta vez el tono aguardentoso de ella me distrae de mis
intentos de escritura.
Discuten,
en realidad ella está retándolo, odio ver a pendejas retando a sus novios. Casi
que ni vale la pena describirlos, él todavía no encontró su estilo, oscila
entre una “barba” que hoy está en el mentón pero mañana puede convertirse en un
insípido bigote. Diría que tiene expresión de bueno, y algo depre o bobo en la forma
de mirar. Ella se me hace que es vendedora de Avon, no porque conozca a alguna,
pero la imagino con el bolso pesadísimo de cremas y el tupper del almuerzo, organizando tés en su casa
con otras amigas más insufribles que ella, y hablando profesionalmente, no,
disertando con total autoridad sobre la nueva línea antiarrugas.
Estoy
siendo prejuicioso, que se cague, esto le pasa por conventillera, me repulsa la gente que discute en público.
Ahora
él esboza una réplica, más bien son unos bocadillos monosilábicos sin convicción.
Esto parece enfurecerla peor. Le reclama que cómo puede decir eso, y que si no lo
hace es por su culpa.
En
vez de rebelarse y mandarla a callar le contesta con frases cortas que no llego
a oír, por la gestualidad y el tono parecen palabras lastimeras.
Mientras
los dos divagan se me ocurre una idea mínima para un cuento, casi un
chiste malo. La escribo de corrido, no dudo ni con la puntuación ni con las
palabras que elijo. Para la última oración me tomo unos segundos más. En eso, los vuelvo a mirar. Él, entre impasible y corto. Ella, sigue hablando frenética. La típica mina que boquea lo bien que está en pareja,
pero cuando conoce a un tipo le dice que no sabe qué hacer con su novio.
Bah,
pero no sirve de remate.
Arranco
la hoja que escribí, después llamo al mozo y pago la cuenta. Cuando me trae el
vuelto le digo que se lo quede a cambio de un favor.
Ni
bien me vaya dele esto (le extiendo la hoja doblada en dos) al pibe de esa
mesa.
Ya
camino a casa se me da por imaginar que tal vez el mozo pensó que era una cosa de putos.
Mala
suerte.
***
El marido abre
la puerta de su casa, prende la luz y su mujer le da un sartenazo en la cara.
Cuando vuelve en sí ella le dice que lo confundió con un ladrón.
El marido
desayuna en la cocina. Hola, lo saluda la mujer, el marido agarra un frasco de
mermelada y se lo parte en la jeta. Ella cae muerta como una bolsa de papas.
Perdón, te
confundí con mi mujer.
jaaa, muy bueno, morí de risa :D
ResponderEliminarPD: por las dudas no vuelvas a ese bar. Al menos en los turnos de ESE mozo.
Saludos de Tecontaretodo.
Genial!!!
ResponderEliminarHermosa estructura de relato enmarcado! Todos nos tentamos en ocasiones de meternos donde no nos llaman y despabilar a algún pobre pibe que sufre a una mina insoportable (sobre todo cuando alguna vez fuimos ese pobre pibe). Abrazo!
ResponderEliminarLa descripción de la vendedora me pareció genial y real.
ResponderEliminarHay mujeres así y hombres que no pierden pisada. Te felicito Esteban
Lau
buen relato, muchas gracias!
ResponderEliminarun abrazo
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com
Buenísimo! me encantan las historias de café.
ResponderEliminarBesos.
Muy buen remate.
ResponderEliminarLos mozos siempre creen que todo es cosas de putos, y no sé de dónde sacan esa idea...
Saludos
J.
Es genial como empiezas contando sobre tu costumbre, y después como describes a los personajes, especialmente a la mujer, saludos.
ResponderEliminarRedondo ese final.
ResponderEliminarUn saludo.
¿Vendedora de avón?
ResponderEliminarSigo tentada.
jajajajaja, muy divertida y realista la historia! No pierdas el hábito del café.. ni de contar estos relatos cotidianos que nos hacen acordar a uno.
ResponderEliminar¡Maravilloso! Me encanta tu estilo. Eso, que no se pierdan los buenos hábitos y que podamos leerte pronto.
ResponderEliminarGran trabajo con el narrador que oscila entre protagonista y testigo. Muy buenas las descripciones, sobre todo la de la chica.
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