A esta altura ya debo haber gastado uno, o más, no sé si
quiero saberlo. De ese tiempo cuánto pasamos juntos, cuánto estuve adormilado,
estas ojeras me lo recuerdan siempre. Y cuánto quise escapar de los lugares
comunes.
Casi me caí de los acantilados, perdí mis pasos más veces de
las que los encontré, anduve por la arena y por tierra, me subí a piedras cortantes,
a troncos muertos y a mujeres que me dieron su anverso. Fumé, me fumaron,
aprendí juegos de mesa que ya no practico. Sé que a veces regalé miseria y
otras ni siquiera eso.
La vida son dos días, me dijo una española que levantamos en
el camino. Como no quise que lo arruinara con más cliché la mandé a callar muy
cordial.
Creo que encontré la manera de burlar sus dichos, pero para
eso necesito una salamandra para el invierno, mi cuaderno de hojas amarillas con poesía mediocre, y la caja mágica que se abre por sus seis lados
que te di cuando volvimos del Sur.