Tienes que
preguntarte qué clase de persona eres. Eres de los que ve señales, ve milagros,
o crees que la gente simplemente tiene suerte, o mira a la pregunta de esta
manera, ¿es posible que no haya coincidencias? dice el Reverendo Graham desde
la tele.
Val hubiese querido ser Mel Gibson en esa película.
Desde que su mujer lo dejó unos días solo por un viaje de
trabajo Val se dedicó a malvivir. Tuvo incursiones a las máquinas del casino y
a la rula, al transa (a pesar de que había prometido que no volvería), a un
garito de Palermo donde jugó varios mano a mano al truco y perdió, y a un
bodegón que nadie conocía, le gustaba estar solo en ese lugar anónimo, creía
que en esa condición le venían certezas, las verdades de la edad, Val ya no
quería olvidar prefería acordarse. Entre pensamientos tomaba ginebra, al
principio no le cabía pero la insistencia de un profesor de cine hizo que le
tomara el gusto. Ahora sólo se emborrachaba con ella, eran pedos significativos.
Volviendo a casa tuvo una revelación, más bien casi se mató
con el auto, lo cierto es que en esa milésima antes de chocar, justo cuando la
mente ya envió los impulsos sobre la catástrofe, en esa crispación de sensores tuvo
la visión de un número, el 18. Fue como las formas que se ven con los ojos
cerrados, más nítido, lo sintió en la frente del lado de adentro, incluso ciego
lo hubiera visto. Según la quiniela y los sueños el 18 es “sangre”. Un baño de
sangre, dedujo Val algo mareado. Sí, eso podría haber sucedido si se la pegaba
contra el árbol. Tal vez la fortuna fue piadosa, tal vez no fue coincidencia
sino designio, algo que debía suceder, un disparador, mementos que volvieron al foco. Por lo pronto había un mensaje en
la superficie que chorreaba de obvio. Val tenía que regresar al casino, jugarle
al 18 y salvar la noche. Ya leería entrelíneas más tarde, ya lo mordería su
conciencia, pensó al tiempo que tomaba por Gral. Paz.
Después anduvo guardado y paranoico, quería avanzar en su
novela trunca, al cabo de la semana logró adelantar 4 páginas, bastante magro
acorde a sus expectativas, Val se consoló pensando que todavía no le había
agarrado el tempo a la historia. Además
su mujer se le había aparecido en sueños declarándose dueña de ellos, maldito
Abel Pintos, y eso también lo distrajo de su hacer literario.
A propósito, ganó una guasada de plata jugándole al 18, en
otra época la hubiese dilapidado en vicios. Ahora también, pero con un
propósito, una búsqueda alucinante, el sol de ayer acodado entre los árboles, la
celebración de un nacimiento, señales.