Para los compas de estudio
¡Me estás jodiendo! ¿No? se sumó Alfonsina mirándome por encima de sus anteojos, con la misma cara de odio que había mirado a su marido cuando soñó que él tenía una amante.
A ver…empezó Laura, pero le vino un ataque de risa. Quise
acompañar sus carcajadas pero todos me mandaron a callar.
¿Es en serio, Esteban? habló María masticando un sándwich de
miga y un tono que reputé pedante, hubiese preferido el gesto rígido de Eugenia,
o la risa inoportuna de Laura. Cualquier cosa menos ese tono, y menos viniendo
de una borrega de 23 años.
¡Callate, yo podría ser tu viejo!
¿Qué tiene que ver, tarado? apareció Nuria desde atrás.
Sentí su aliento a cerveza en el cuello. Quise girar pero presentí que iba a
marearme. Además, no supe que era peor, si darle la espalda a María y al sándwich
de miga, o a Nuria con ganas de confrontar.
Romina veía la escena sin hablar desde un rincón del
departamento. Parecía que se había puesto en penitencia. Por un segundo creí
interpretar que me iba a matar, pero enseguida aflojó el rictus.
¡Decí la verdad, loco! Johnny sonó un poco amenazante, lo
cual me estremeció porque era un tipo amable y cordial 24 x 7.
Nicolás dormía despatarrado sobre mi sillón, hubiese
necesitado su ayuda. Había sido una hijaputez, ya lo sabía, pero qué
pretendían, si se los hubiera contado, hubiesen arruinado la joda. Empezando
por la ñoña de María, que por alguna extraña razón seguía tomando de la cerveza
contaminada. Nadie lo notó, yo reí en silencio.
¡Ya se los dije, ¿ok?! Para qué quieren que lo repita.
¿Acaso no se cagaron de risa? Bueno, esta es la resaca.
Para mi sorpresa nadie contestó la provocación. En vez de
resaca debería haber dicho etapa de confusión y agobio. Ya habíamos pasado la
de sociabilidad (compartimos aburridas anécdotas que casi siempre terminaban con
“…y así me hice esta cicatriz en la pierna”, salvo las de Nicolás, que
terminaban con “…y me quedé ahí durmiendo en suelo), la euforia (las chicas
cantaron a gritos el cancionero de Luis Miguel, mientras los varones empezábamos
a confundir euforia con excitación), la desinhibición (cuando sugerí hacer la
de “Full Monthy” y terminé con una patada en las bolas), el aumento de la
autoestima (Nuria recitó poesía y Alfonsina contó de memoria todas las variedades
de sushi que sabía preparar), la locuacidad melancólica
(hubo varios monólogos sobre rupturas sentimentales que olvidé ni bien terminaron) y…
(hubo varios monólogos sobre rupturas sentimentales que olvidé ni bien terminaron) y…
Ahora viene el bajón, compas. Pero no lo dije, me alcanzó
con el cuadro.
Romina seguía en el rincón sin emitir sonido, por sus ojos
deduje que había algo en el techo que llamaba su atención, era eso o había
entrado en Nirvana. Alfonsina y Laura hablaban por celular, presumiblemente con
sus maridos. Después, Alfonsina se me vino al humo y me recriminó por el
quilombo que se le iba a armar en su casa si llegaba así.
¿Así cómo?
No voy a darte el gusto…,
¿Y Pablo? preguntó Johnny con los brazos apoyados sobre la
mesa en clara señal de abatimiento.
Todos, menos Nicolás dormido, repetimos su nombre en voz
alta.
Después de que Esteban contó lo de la cerveza, se fue a la
cocina, agregó Jhonny.
La primera en correr fue Laura, yo me quedé pensando que Johnny
se parecía mucho a un lobo, a un hombre lobo. En eso, me llamaron a los gritos.
Una vez que pasé por encima de todos, vi la ventana de la
cocina abierta de par en par. Sobre la mesada había un documento de identidad
verde, y dos pares de llaves.
¿Qué pasó?
Mirá por la ventana, me ordenó Eugenia, que ya no me miraba
con gesto fiero, ahora era algo entre horror y asco.
Recién ahí entendí a qué se referían con las jetas de
espanto y las prematuras lágrimas de María. Pablo se había…
No vi nada estampado en el playón de estacionamiento ubicado
7 pisos abajo, al menos nada que se pareciera a Pablo. Lo que sí descubrimos fue
que el documento y las llaves, el llavero tenía inscripto su nombre,
pertenecían a él. Pero por qué los había dejado.
Probamos con su celular, nos dio apagado. A todos nos empezó
a comer la intriga, dónde estaba, cómo había desaparecido. La explicación más probable
que acordamos fue que se había escabullido del departamento luego de mi confesión.
Pero eso no explicaba ni la ventana abierta, ni que sus pertenencias estuvieran
aquí.
Se me ocurrió otra posibilidad, Pablo había dejado sus cosas
porque ya no las necesitaba. Ya no requería de su identidad, ni de las llaves
de su casa, de su cárcel. Pablo era libre, se había ido volando. Pablo era un
ave. Y agregué: una vez que descartás las razones factibles, entonces la
imposible tiene que ser cierta.
Me gané que todos me ignoraran.
Mis compas decidieron no hacer la denuncia policial hasta
que hubiese pasado más tiempo. Alfonsina se quedó con el documento y las
llaves. Nuria y Laura fueron las encargadas de decirme la posta, yo era el
culpable. Yo le había dado la cerveza.
A las dos semanas, el caso cobró notoriedad pública. Pablo
nunca apareció. Su mamá y su abuela me odian más que a nadie. Quisieron
llevarme a juicio, pero no prosperó. El testimonio de mis compas de estudio fue
clave para mi liberación; al no poder establecerse, de manera concluyente, la
cadena de causalidad entre la bebida contaminada y la desaparición de Pablo, no
les quedó otra que dejarme ir.
En un momento de las audiencias públicas dije “…es que
estábamos muy drogados”, y todos rieron.